sábado, 25 de octubre de 2014

UNA SERENATA DE LA "MACUA"

Ya en la década de los setentas una noche  Alberto esperaba afuera del restaurante El Escorial la llegada de algún cliente. Mientras tanto Tulio Parra y Jorge  Valle estaban adentro sentados en una de las mesas. Apareció de pronto un hombre manejando una motocicleta pequeña, y  con mucha pericia y delicadeza se bajó de ella, ahí en toda la puerta del restaurante. Este era un cliente muy particular, que les planteó a Los Romanceros una situación excepcional que no se les había presentado en los más de treinta años de vida artística del trío. Nunca antes Los Romanceros le habían llevado serenata a un hombre, y mucho menos si el cliente era hombre también.

La Macuá era un ganadero de la ciudad de Medellín muy aficionado, entre otras cosas, a las corridas de toros y al buen vestir. Después de explicarles de qué se trataba, Los  Romanceros salieron con él rumbo a  la casa del novio. Cuando llegaron a la vivienda de su amado, se abrió la puerta y salió un joven acompañado de su madre. Esa noche cantaron todas las canciones típicas de una serenata que se lleva a la novia querida, sólo que aquí se trataba del novio querido. A pesar de lo novedoso del acontecimiento, para el trío todo salió a las mil maravillas. De allí La Macuá llevó el trío a dar otra serenata. Esta era para su mamá de crianza. Fue muy triste lo que allí sucedió. El ganadero, recostado sobre su nana,  lloraba todo el tiempo y ella cariñosamente no cesaba de consolarlo. Todo fueron quejas, dolor, lamentos, lágrimas. ” En la familia no me quieren porque soy así;  me botaron de la casa, me botaron de la casa…”. Insistía en lo mismo una y otra vez. Con gran tristeza abandonaron el lugar Los Romanceros.


MIRA QUE ERES LINDA, QUE PRECIOSA ERES.

Mira que eres linda, qué preciosa eres.

Humberto Mejía era un  cliente especial de Los Romanceros; acostumbraba llevar bastantes serenatas con el trío. Una noche del año 1972, apareció por El Escorial, acompañado de un militar elegantemente uniformado. Se trataba del Brigadier General Jesús Velásquez Carrillo, quien era el Comandante de la Cuarta Brigada desde el año 1970. Querían llevarle una serenata a la esposa del oficial, en la casa de éste situada dentro de la brigada.

Luego de la serenata, el comandante le pidió al trío que le cantaran una canción a “la mujer más bella que existe”. 

Abandonaron la casa, y se dirigieron hacia la salida de la brigada, que da a la calle Colombia.  Aquí es muchachos, dijo el general Velásquez, y les señaló a una hermosa dama, sonrosada, que mostraba una dulce sonrisa y vestía un lindo manto crema y carmelita. Llevaba cargado la mujer  un niño de brazos,  con coronita dorada como la de su madre, y de mirar inteligente. El trío escogió rápidamente la canción que le dedicarían a la señora, “Mira que eres linda”. Empezaron a cantársela de esta manera:
Mira que eres linda/ qué preciosa eres/ verdad que en mi vida no he visto una virgen/ más linda que tú/ con esos ojazos/ que parecen soles…
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Y así continuaron, con su pequeña serenata a la mujer más especial. Ese día era la víspera de la fiesta de la Virgen del Carmen.

domingo, 31 de agosto de 2014

CONSULTORIO AMOROSO,AQUÍ LE RESOLVEMOS SU CASO

No sólo eran músicos los componentes del trío; también les tocó más de una vez, arreglar problemas de pareja. Cierta noche llegó un caballero, con sus buenos tragos encima, muy lloroso y triste. Quería que Los Romanceros le tocaran en la serenata varias canciones para agredir a su amada. Jorge Valle le dijo que, si lo que quería era insultarla, que fuera él mismo a hacerlo. El cliente respondió que eso no era lo que él realmente quería, porque él amaba mucho a esa mujer, y que él era culpable de que ella estuviera tan brava. Entonces llévele unas canciones bien bonitas, y rematamos con el bolero “Perdón”, le aconsejó Alberto. Salieron entonces para la casa de la esposa del cliente. Empezó a cantar el trío; nada que abría la puerta la señora, y el esposo lloriqueando todo nervioso. Finalmente llegó el momento de cantar la última canción “Perdón”, cuyas primeras palabras dicen así:

Perdón, vida de mi vida/  Perdón, si es que te he faltado/  Perdón, cariñito amado/  Ángel adorado, dame tu perdón/

Cuando cantaron la primera estrofa, ahí sí se abrió la puerta. Abrazados se contemplaban los reconciliados amantes. Después de recibir un “gracias muchachos”, prudentemente abandonaron el lugar Los Romanceros.

Don Antonio Henao Gaviria fue un importante periodista de la ciudad. Tuvo en su juventud la fortuna de haber sido el único reportero que transmitió en directo la tragedia en la que murió Carlos Gardel en Medellín. Henao Gaviria, acababa de llegar de los Estados Unidos, y allí aprendió que el periodismo moderno exige transmitir instantáneamente los hechos que vayan ocurriendo. Apenas supo que se habían estrellado dos aviones en el aeropuerto de la ciudad, salió a las carreras hacia ese sitio. Desde allí, y por medio de un teléfono, fue  narrando para La voz de Antioquia, todos los detalles de la tragedia que acababa de ocurrir.
También hizo historia este periodista porque probablemente fue el primero que en  Colombia hizo una transmisión en directo, en control remoto como se decía antes, de una presentación musical para varias emisoras del país. El maestro Luis A Calvo, uno de los grandes compositores colombianos de música clásica y popular, se encontraba recluido en el año 1940 en el municipio Agua de Dios, que era, hablando abiertamente, el pueblo de los leprosos. El maestro Calvo padecía la penosa enfermedad pero continuaba a pesar de eso, componiendo y ejecutando su música. Henao Gaviria, viajó a esa población, e hizo la transmisión para la Voz de Antioquia y otras emisoras nacionales, de la interpretación de algunas de sus obras que hizo el gran músico en el piano de la iglesia de Agua de Dios.

 Don Antonio tenía una hija hermosísima, rubia y esbelta. Obviamente tenía muchos pretendientes, pero su padre la cuidaba mucho, espantando “los gallinazos” que se le acercaban. Una noche, un joven fue a buscar a Los Romanceros para llevar una serenata. Cuando llegaron al sitio, y luego de abrir la novia la puerta, entró el muchacho acompañado del trío. Don Antonio Henao que estaba al acecho, dirigiéndose al enamorado le dijo como reconociendo su derrota: “¡Tuviste que asesorarte de Los Romanceros, no vergajo!”

PROHIBIDO EL DESPECHO

Prohibido el despecho

Los Romanceros tenían por norma que nunca cantarían canciones de despecho o insultantes contra la mujer. Y así lo cumplieron. Cuando salía una canción nueva, Jorge Valle estudiaba bien la letra, y si encontraba que se ajustaba a esa norma, la cantarían si se las pedían; en caso contrario, no lo harían por ningún motivo. Si alguien insistía en que le tocaran una canción de despecho, Alberto González que era quien lidiaba directamente con los clientes, terminaba recomendándoles otro conjunto que sí pudiera hacerlo.


A pesar de todo, cierta noche, no le fue tan bien al trío cuando estaban dándole una serenata a una amiga de Alfonso Mora de la Hoz. Una serenata completamente normal, hasta que se le reventó un par de cuerdas a la guitarra de Jorge Valle. Mientras éste las reemplazaba, Alfonso Mora tomó las maracas que Alberto tocaba y se puso a interpretar una canción de despecho bastante fuerte que estaba de moda en esos días, titulada “Hipócrita”.  Al poco rato salió uno de los hermanos de la novia y, como Alberto ya tenía las maracas nuevamente en sus manos, pensó que era Alberto el que le había cantado esa canción tan fea a su hermana. Empezó entonces a insultarlo y a recriminarle lo que había hecho. Afortunadamente Alfonso Mora explicó que era él mismo el que la había cantado, y que lo había hecho porque esa canción se escuchaba mucho. Afortunadamente el incidente no trascendió, por lo menos para Los Romanceros.

SERENATA




Competencia Nocturna

En la época de oro de las serenatas en Medellín, Los Romanceros trabajaban diariamente durante todo el año, con excepción del jueves y viernes santo. Normalmente en una noche daban en promedio cuatro o cinco serenatas. Había días especiales como el de la madre y el de los novios, en los que se daban más de quince serenatas.


En ocasiones se encontraban Los Romanceros cantando, y se presentaba otro conjunto que traía serenata muy cerca de donde ellos estaban. Casi siempre lo que hacía el trío era subirle “medio tonito” a sus interpretaciones. Así se lo insinuaba, con cierta graciosa malicia, Jorge Valle a Alberto González que siempre fue la voz primera, diciéndole: “Dele compadre, sáquela”,  y al otro trío o dueto no le quedaba más remedio que entrar a la casa de la novia porque quedaban opacados por Los Romanceros. Cierta noche ocurrió lo mismo con el trío ecuatoriano Los Embajadores. Sin embargo, este trío sí que  era de altísima calidad, y lo que hicieron los dos conjuntos fue ponerse de acuerdo. Un trío esperaba, mientras el otro cantaba una canción; luego le tocaba  el turno para cantar al primero, y así se fueron alternando hasta que ambos terminaron sus serenatas.

domingo, 27 de julio de 2014

AACHCHUUUU

A mediados de la década de los años sesentas, el trío efectuó un viaje para participar en unas fiestas que se celebraban en Bucaramanga. Allí estuvieron cuatro o cinco días, cantando varias veces en cada jornada. Uno de los primeros días, actuando en un recinto cerrado, alguien con el fin de crearle problemas al trío, dañó el equipo de amplificación que ellos estaban utilizando para poder ser oídos en todos los rincones. Como se dice hoy en día “les sabotearon la presentación”. Siempre existen personas que envidian el éxito de los demás, y sobre todo si el que triunfa es un forastero que viene a meterse a la casa ajena. Afortunadamente Los Romanceros estaban acostumbrados desde siempre, a “mesear”, es decir a cantar recorriendo mesa por mesa, y no necesariamente desde un escenario con micrófono a la mano. Eso hizo el trío en esta ocasión, y por suerte lograron una triunfal actuación del agrado de todos.

Sin embargo, al tercer día la garganta de Alberto González estaba muy resentida, prácticamente se le fue la voz. Tenía que hacer un esfuerzo grande para hablar, ya no digamos para cantar. Estaba tan ansioso que llamó a su esposa a Medellín para consultarle qué debía hacer. No podía seguir  cantando pero tampoco podía incumplir el contrato que tenían Los Romanceros. Ella le recordó que ya en Medellín se había presentado esa situación antes, y que Guillermo Vega el dueño de la Farmacia Santa Cruz, le había recomendado que hiciera gárgaras de petróleo, o que se lo untara directamente en la garganta con un aplicador. Parece mentira, pero de esa forma logró cantar otros días más sin forzar demasiado la voz.

 Ya en Medellín, la misma irritación de la garganta se le seguía presentando cada vez que había exceso de trabajo. Acudió al médico Horacio Muñoz Suescún, quien le recomendó que se extrajera las amígdalas, pero le advirtió  que la cirugía  podría desmejorarle un poco la calidad de la voz. Alberto no aceptó. Cuando fue a revisión algún tiempo después, y luego de haberse sometido una vez más al empírico tratamiento petrolero, el médico encontró las amígdalas en perfecto estado, sequitas. Ya no requería operarse. Alberto no le contó cuál había sido el remedio milagroso; secreto profesional, como se dice. De esta manera, el trío siguió contando con la primera voz que siempre había tenido, por quince años más. 

A propósito de lo anterior, fueron muy pocas las veces que los Romanceros dejaron de trabajar por problemas de salud. Las gripas normales las que nos dan a todos los mortales, las sobrellevaban sin incapacitarse. Siempre estaban en El Escorial, esperando a sus clientes, lloviera, tronara o estornudara. Más de una vez Jorge Valle padeció el virus de la hepatitis. Sin embargo, la debilidad no le impidió estar con sus compañeros ilusionando con sus canciones a las noviecitas de Medellín. Cuando sí no pudo la buena voluntad vencer a la enfermedad, fue en aquella ocasión en que una epidemia de paperas se desató en buena parte de la ciudad. En la década de los cincuentas era muy común que vinieran olas de gripa asiática o de poliomielitis, o de tos ferina, o de sarampión, o aun viruela. En el año de 1955 las paperas contagiaron a toda la casa de Alberto González, que más que una casa terminó convertida en un hospital. Durante cinco días dejaron de trabajar los Romanceros porque, cantar teniendo paperas, sí debe ser muy difícil. Finalmente una tarde, cuando apenas empezaba la convalecencia, Alberto se afeitó, se arregló, y salió. Debía cumplir con el compromiso que el trío tenía en una emisora de la ciudad.

En otra ocasión fue Tulio Parra quien sufrió una caída desde un techo que estaba reparando. Se fracturó varias costillas, y quedó bastante maltratado. Con todo el tórax vendado y fajado, siguió trabajando con  el trío, hasta que varios meses después desparecieron todas sus molestias.

Una noche cuando el trío tenía que animar una elegante celebración en la casa de uno de sus clientes, ocurrió un accidente de esos que, por las llamadas leyes de Murphy, sólo pueden ocurrir en el instante menos indicado: “Si algo va a fallar, lo hará en el momento más inoportuno”. Alberto González ya tenía todo bien dispuesto para la presentación. El traje del uniforme azul oscuro  había sido bien lavado y planchadito en la Lavandería Suprema.  Los zapatos relucían, y los blanquísimos puños de la camisa servían de fondo para las más sobrias y elegantes de las mancornas  que  Alberto poseía. El pelo lucía onduladito y brillante con su “Gomina Glostora””  y hasta las  mismas uñas, recortaditas y esmaltadas,  hablaban de la elegancia de su dueño.

Todo muy lindo hasta que en la comida del anochecer, uno de los dientes incisivos superiores, es decir, de aquellos que más se ven cuando uno habla o canta, resolvió abandonar la boca de Alberto, y fracturado cayó partido en varios pedacitos. Pocas cosas son más chocantes que ver a alguien elegantemente vestido,  exhibiendo uno o más agujeros en su vistosa dentadura. Tenía que hacerse  algo de prisa. Ya no había tiempo de ir a donde un odontólogo, y además en esa época no existían las hoy llamadas pomposamente “Urgencias Odontológicas Nocturnas”. Por fortuna, en ese entonces no se vendían arepas en paquetes, sino que cada familia compraba el maíz, lo cocinaba, lo molía, y asaba sus propias arepas. Inteligentemente a alguien en la familia se le ocurrió ir a la cocina, y buscar entre los granitos de maíz blanco, uno que fuera parecido al diente desertor. Unos parecían piedritas, otros, muelas y unos pocos tenían apariencia de diente. De estos últimos salió el salvador. Una vez hallado el sustituto, faltaba pegarlo. Ni silicona, ni pega-loca se había inventado todavía. Pero sí había chicle. Con un poco de chicle, ligeramente usado, el diente vegetal podía sostenerse en su sitio, por lo menos a ratitos, y así tapar, disimulada y transitoriamente, el inoportuno portillo. Además la mano colocada al frente de la boca, como hacen los intelectuales cuando quieren dar la apariencia de que  están pensando concienzudamente  lo que  van a decir a continuación, pudo ayudar a Alberto a pasar esa noche sin que se dieran cuenta de la teclita blanca que faltaba en su dentadura.


QUE LAS HAY, LAS HAY


En el año 1951 existía en la Voz de Antioquia una radionovela titulada “Frutos de mi tierra”. Se basaba en la novela costumbrista con el mismo nombre del gran escritor antioqueño Tomás Carrasquilla. El periodista Ignacio Isaza hacía los libretos. Allí se presentaban regularmente Los Romanceros. Todos los días interpretaban en vivo la introducción del programa y además en una especie de intermedio que tenía la radionovela, el trío tocaba otras dos piezas. Algunas veces a Alberto González le tocó silbar, simulando el canto de los pájaros, que se suponía llenaban ese ambiente campesino.

Con la fama del programa  “Frutos de mi tierra” a cuestas, el trío viajó en una ocasión  con Ignacio Isaza al municipio de Titiribí, en compañía del humorista Guillermo Zuluaga, Montecristo. Tenían contrato para presentarse en el teatro de la población. Antes de seguir con la historia debe mencionarse que meses antes, una noche en que el trío actuaba en el club Campestre, les ofrecieron licor a los músicos. Al pasarle el vaso a Esnoraldo Gil, que era en ese momento el tercer componente del trío, éste lo rechazó diciendo que él no tomaba trago. El mesero le preguntó: “ah, ¿usted es abstemio?” Y con la ingenuidad más grande el músico le respondió, no, yo soy Esnoraldo.
Parece un chiste, pero no lo fue. “El que cuenta esto es uno que lo vio, y dice la verdad; él sabe que dice la verdad, para que ustedes también crean” (Juan 19.35)

Bueno, ahora sí regresemos al viaje a Titiribí. Un vecino de Alberto González, Don Vidal Posada que conocía bien ese pueblo, apenas oyó que el trío iba para allá le dijo a Alberto que tuviera mucho cuidado con las brujas, porque en Titiribí sí que abundaban. Luego de la exitosa presentación en el teatro pueblerino salieron Los Romanceros un rato por las calles a conocer el ambiente. Había varias muchachas interesadas en acercarse a ellos, con cierto fin non santo. Tal vez, pensando que sus queridas esposas estaban en Medellín confiando en ellos, los tres romanceros se fueron derechito al hotel a descansar de tanto trajín como habían tenido.

Estaban ya acostados los músicos cuando de pronto Alberto se queja de una fuerte opresión en el pecho y abdomen; lo tranquilizaron sus dos compañeros diciéndole que como se había tomado unos tragos, estaba sintiéndose algo raro. Al poco tiempo sucede lo mismo con Jorge Valle. Una fuerte opresión como si alguien estuviera encima de él. Esnoraldo les dice, que como Jorge también tenía sus tragos le estaba pasando lo mismo que a Alberto. Remató Esnoraldo afirmando, que como él no tomó, porque nunca tomaba, ya vimos que era abstemio, a él no le iba a pasar nada de eso. Y he aquí,  que sucedió algo realmente extraño. Esnoraldo empezó a sentir la misma opresión que sus compañeros, alguien estaba encima de él. Y esta vez no valía el argumento etílico para explicar ese fenómeno tan anormal. En ese momento a Alberto se le vinieron a la mente las palabras de Don Vidal sobre las brujas de Titiribí, y recordó a las muchachas que estuvieron detrás de ellos, para estar “encima de ellos”.


UNA MUY TRISTE ALEGRÍA

Una muy triste alegría.

En esta ocasión no se trata de una presentación que hizo el trío, sino de una a la que ellos asistieron. En el año 1947 llegó a Medellín un circo pobre que se instaló en una de las mangas que todavía en esos años existían sobre la calle Colombia, unas cuantas cuadras más abajo de la carrera Carabobo, y antes de llegar al puente sobre el río Medellín. De este circo hacía parte Milton Peláez, un ecuatoriano que era el maestro de ceremonias, y además hacía una presentación tocando el banjo.

El banjo es un instrumento de origen africano, que se volvió muy popular en los Estados Unidos y en algunos países europeos. Es aparentemente una especie de guitarrita. Pero la gran diferencia es que su caja de resonancia es completamente circular y la parte superior de ésta  es de puro cuero. Es decir, esa caja es prácticamente un tamborcito. Tiene entre cinco y siete cuerdas y produce un sonido característico, muy diferente al de la guitarra o al de otros instrumentos semejantes.

El señor Peláez se encontró en Medellín con su paisano Jorge Valle, y lo invitó a que asistiera junto con los otros dos integrantes del conjunto a una función del circo. Cuando llegó el momento de la actuación de un cierto payaso del elenco, desde la arena, Peláez que también hacía de presentador, le hacía seña a Los Romanceros para que aplaudieran con mucho entusiasmo al payaso que en ese momento estaba haciendo sus gracias.  Así lo hicieron ellos, y aplaudieron más de lo normal las bufonadas que estaban viendo.
Cuando la función terminó, el banjista les explicó a Los Romanceros por qué era que les había pedido aplausos tan efusivos para el payaso. Hacía una semana habían enterrado en Puerto Berrío a su esposa, y él quedó solo a cargo de cuatro pequeños hijos. Después los llevó a ver las camitas donde estaban recostados los niños. El payaso tenía que seguir trabajando haciendo reír a los asistentes, a pesar del inmenso dolor que soportaban él y sus cuatro huérfanos.

Como recuerdo de esa triste función Alberto González salió con uno de los banjos que poseía el señor Peláez. Se lo compró para regalárselo a su niño mayor Albertico, que sólo tenía dos años. Una semana después el banjo no existía; el niño “lo volvió pedazos”, contó  Alberto.


viernes, 27 de junio de 2014

DOCTOR JORGE HENAO POSADA

El Doctor Jorge Henao Posada  fue un reconocido médico obstetra en Medellín, que ejerció su profesión desde mediados de la década de los años cuarentas, hasta finales de los sesentas. Trajo tantos niños al mundo que casi sin exagerar se podría decir que, literalmente medio Medellín nació en sus manos. Vivía con su esposa Isabel y sus hijos en una casa muy cerca al Parque de Bolívar en la carrera Venezuela, y tenían además una finca de recreo en El Poblado, llamada “Chabela”, en honor a su señora. Fueron muchas las ocasiones en que el Trío los Romanceros animó las fiestas que celebraba el Doctor Henao Posada en su finca. En esas reuniones casi se transformaba, y se convertía en lo que se llama un mamagallista.

 En cierta ocasión luego de un viaje que  hizo al Japón, les anunció secretamente a algunos de los invitados a una de sus fiestas, que había conseguido en ese país un líquido que delataba la presencia de orina en una piscina, porque tornaba roja el agua en la que alguien hubiera vaciado su vejiga. Eso lo hacía él, les explicó calladamente, porque había gente que en otras ocasiones se había estaba orinando allí, y quería resolver de una vez por todas ese “problemita”. Cuando algunos de los invitados que desconocían lo del líquido japonés, iban a empezar a entrar a la piscina, el Doctor Henao echó disimuladamente un poco de esa sustancia en el sitio donde se iban a meter. La primera que entró fue una respetable y hermosa invitada que muy tranquilamente empezó a remojarse. Al poco tiempo empezó a tornarse roja el agua alrededor de la dama. Los que conocían el significado de esa  mancha colorada empezaron a murmurar la imprudencia que había cometido la invitada. Cuando llegó hasta los oídos de ella misma, no se puede expresar su vergüenza  y el revuelo causado entre el resto de los asistentes. En ese momento el Doctor Henao Posada lanzó una sonora carcajada, y todos se dieron cuenta de que lo del químico delator, no era más que otra de sus pesadas bromas. La dama era completamente inocente. Como  dice Alberto González, en las fiestas, “El cabezón”, así llamaban cariñosamente al médico, tomaba el pelo, tomaba aguardiente y comía chicharrón.


La canción que nunca podía faltar en aquellas reuniones del Doctor Henao, era el graciosísimo corrido “Ay, chabela”, que estuvo de moda en los años cincuentas interpretado por Antonio Aguilar.  Él la pedía permanentemente al trío, en honor a su esposa Isabel.

LOS HERMANOS MORA DE LA HOZ

Jesús Mora fue un típico comerciante antioqueño, de esos que sin ningún problema abandonan su tierra buscando otros lugares donde puedan hacer buenos negocios. Don Jesús, así lo llamaba todo el mundo, viajó muy joven a Barranquilla y allí, vendiendo todo tipo de artículos de cacharrería, se hizo a un importante capital. Contrajo matrimonio con una dama barranquillera, y luego de vivir allí durante bastantes años, regresó a Medellín. Don Jesús Mora y sus  hijos formaban en la década de los cincuentas una familia muy emprendedora. Habían fundado en 1951 la firma Landers-Mora que, entre otras cosas, fabricaba las célebres ollas a presión de esa marca, y las máquinas de moler, o molino manual, utilizado especialmente para moler el maíz con que se hacían las arepas en los hogares antioqueños. También eran dueños los Moras de varios almacenes de electrodomésticos llamados Casa Mora y además, tenían la distribución en Medellín de varias prestigiosas marcas de automóviles a través de la firma Mora Hermanos.

Alfonso Mora de la Hoz, realizó un viaje a Europa en 1951. Llegó muy animado, con una canción francesa que estaba causando furor en el viejo continente. Se trataba de “La vie en rose”, esto es, “La vida en rosa”. La creadora de la letra era  Edith Piaf, pero la música era tan especial, tan pegajosa, tan típicamente francesa, que desde esos años se asocia casi inconscientemente  la vida bohemia parisina con esa melodía. Esa pieza dio la vuelta al mundo. Es de los éxitos internacionales más grandes en toda la historia de la música popular. Don Alfonso Mora le entregó el disco a los Romanceros, para que ellos lo adaptaran y se lo tocaran a él en las reuniones que acostumbraba hacer. Jorge Valle, en una radiolita ponía una y otra vez aquel disco, transcribiendo la música al pentagrama. El mismo Alfonso Mora logró que alguien hiciera la traducción de la letra al castellano.
En todas las reuniones en clubes y fincas, siempre les pedían esa canción. Como muchos no sabían el nombre verdadero de la pieza, la llamaban “La canción que le trajo Alfonso a Los Romanceros”.

Don Alfredo Mora de la Hoz, el mono como familiarmente se le conocía, contrató a finales de los años cincuentas a Los Romanceros, para que le animaran una reunión íntima que iba a celebrar con una amiga, una cantante argentina  de nombre Mary. Sucedió que, coincidencialmente para el mismo día y a la misma hora, Don Jesús Mora, padre de Alfredo, tenía un evento de mucha importancia con los altos empleados de su empresa y quería que el trío estuviera presente. En ese dilema, el conjunto cedió a los deseos y razones de Don Jesús, a pesar de que le habían dado la palabra primero a su hijo Alfredo. El asunto es que, ante el incumplimiento de Los Romanceros, Alfredo Mora montó en cólera, y a pesar del buen trato que siempre había dispensado a Alberto González, empezó a insultarlo y a amenazarlo. Llegó hasta el punto de quitarse la chaqueta para irse a los golpes con él. Toda esa indignación se debía a que su amiga y él habían permanecido toda la noche esperando la llegada de los músicos. Alberto lo único que pudo hacer fue reconocer la falta en que habían incurrido, dándole la razón en todo al señor Mora de la Hoz. Poco tiempo después toda la situación se normalizó y Alfredo Mora volvió a ser esa buena persona que siempre había sido con los integrantes del conjunto. Por allá en 1961 Alberto necesitó pagar una cirugía de las amígdalas que le hicieron a su esposa Silvia. Como en ese momento no tenía dinero, Alfredo Mora se lo prestó. Cuando varios días después Alberto fue a pagarle la deuda, el señor Mora  le dijo que eso no había sido un préstamo, sino un regalo para la salud de Silvia.

Alfredo Mora tocaba muy bien las maracas tanto que  Alberto González dice que sin ninguna duda, “el mono” las tocaba mucho mejor que él mismo. En una ocasión, Alberto le regaló a Alfredo uno de sus pares de maracas.  Eran de cuero, todas blancas y con un rico y lleno sonido.

Desde que Jorge Valle y Alberto González llegaron a Medellín, escuchaban de parte de  sus clientes muchas historias sobre los sitios a los que acostumbraban ir a disfrutar un rato, tomándose unos traguitos rodeados de ciertas compañías femeninas. Los hermanos Mora de la Hoz, contribuían a aumentar esa curiosidad con las anécdotas que frecuentemente les narraban. Hoy en día hablar de Lovaina, por ejemplo, es sinónimo de drogadicción, enfermedades, degradación humana, y prostitución de toda clase. A mediados del siglo pasado, la situación allí era muy diferente. Aunque nunca, en ninguna parte del mundo, ha dejado de ofrecerse o exhibirse el cuerpo a cambio de dinero, en ese entonces, cuentan los que vivieron esa época, ir a un sitio como Lovaina, era algo más seguro y hasta diríamos, más distinguido. Allí acudían profesionales y hombres de cierta clase social a tomarse unos tragos costosos y pasar un rato acompañados de amigos y de señoras dedicadas a ese oficio.

Marta Pintuco, Ana Molina, La Rumbos eran algunas de las orgullosas propietarias de esos sitios. Eran tan renombrados aquellos ambientes en el Medellín de esos años, que el mismo Fernando Botero  tiene un maravilloso cuadro llamado “La casa de Marta Pintuco”.


Aguijoneados por las historias de sus clientes, Alberto y Jorge fueron cierta noche a la casa   de Ana Molina en Lovaina.  Jorge Valle siempre se caracterizó por su buen genio, su tranquilidad y maneras educadas. Estando allí tomándose unos tragos, empezó a rondarlos un homosexual, que se llamaba a sí mismo Albertina. Le conversaba especialmente a Jorge, y con mucha maña se le acercaba cada vez más, allí en la mesa a la que estaban sentados. Pensaba Albertina, que la amabilidad de Jorge se debía a que tenía una preferencia especial con ella, perdón, con  él. Hubo un momento en que literalmente se le arrojó con el fin de abrazarlo. Y hasta aquí llegó la historia, porque corriendo como nunca lo había hecho en su vida, Jorge Valle salió como bala de cañón, y detrás de él Albertina gritándole una y otra vez, que lo quería mucho, que no lo abandonara. El romancero no dejó de correr hasta que mirando para atrás, dejó de distinguir ya a su empecinado admirador. Alberto, más tranquilamente, también salió corriendo detrás de Jorge, y cuando finalmente ambos se reencontraron, Jorge en medio de su sorpresa  no dejaba de proferir insultos a Albertina, por las  intenciones que había mostrado.

VIAJE A LA ETERNIDAD

En esta misma época, a finales del año 1956, los Romanceros fueron contratados por el gobierno militar para hacer un viaje a la Base Aérea de Palanquero, con el fin de amenizar un encuentro de generales de todo el país. A su regreso, el trío vino en un avión militar. Cuando estaban acercándose a la ciudad de Medellín, uno de los tripulantes empezó a darles instrucciones sobre lo que deberían hacer en caso de que se presentara una emergencia. Les indicó dónde estaban los paracaídas, y les señaló un botón rojo que permitiría abrir la puerta del avión para que pudieran lanzarse, si la situación se volvía muy crítica. A los pocos minutos el avión empezó a realizar unos muy extraños movimientos y volteretas. Con seguridad que algo le estaba fallando. Abajo en la ciudad, algunas personas entre ellas Silvia la esposa de Alberto, pensaron que ese avión iba a venirse a tierra, porque volaba y sobrevolaba haciendo sus raras maromas y acrobacias, sin decidirse a tomar pista. No hay ni que mencionar el pavor que experimentaron los integrantes del conjunto. Cuando finalmente aterrizó el aparato, los tripulantes no podían contenerse de la risa, por la pesada broma que le habían jugado a los músicos.


Pero la dama de la túnica negra, la que siempre lleva a la espalda su instrumento, la única inmortal de los mortales, también deseaba participar en el juego de los sustos, y preparaba su propia chanza a los  joviales tripulantes… una broma bien macabra. Pocos días después, el mismo aeroplano de las piruetas, fracasó en una de ellas, y al desplomarse, esta vez sí de verdad, murieron todos los que en él viajaban. Pero la broma de la esquelética señora no había terminado aún. Dos meses después,  en enero de 1957, moriría en otro accidente de aviación militar, el Gobernador de Antioquia  General Gustavo Sierra Ochoa.

LOS HERMANOS M Y UNA ESTRELLA ESTRELLADA


A mediados de los años cincuentas los hermanos Alfonso y Javier Arriola del Valle,   junto con otros industriales y comerciantes de la ciudad, compraron el equipo de fútbol Medellín FC, y le cambiaron el nombre por el que desde entonces tiene es decir, Deportivo Independiente Medellín. En 1954 contrataron al jugador argentino José Manuel quien a pesar de su veteranía, era todavía lo que se llama un crack. Hay quienes consideran que José Manuel ha sido uno de los mejores jugadores en la historia del fútbol mundial. Con este jugador el equipo ganó el campeonato colombiano durante los años 1955 y 1957. Era extraordinaria la admiración que se sentía en la ciudad por el Medellín. Otro jugador estrella de esa época era, el también argentino, Pedro Roque Retamozo. Fue un hombre admirado no sólo por los fanáticos sino también, y muy especialmente, por las damas medellinenses.

Los dueños del hotel más prestigioso de la ciudad  Jaime y Jairo M, tenían una hermana que se hizo bastante amiga de Retamozo. Ellos eran socios del club Unión, y un cierto día la señorita M contrató a Los Romanceros para que fueran a amenizarle el encuentro que iba a tener allí con el jugador argentino. En efecto, el trío actuó esa tarde varias horas. Los días pasaban y la dama, nada que les pagaba. Alberto González fue quien se encargó siempre de la parte económica de Los Romanceros. Él  acordaba con los clientes el costo de sus presentaciones y después iba a cobrarles. Insistió Alberto varias veces a la joven para que le reconociera los honorarios al trío. Ella no lo hizo. Retamozo se enteró de lo que estaba sucediendo. Se encontraron cierto día el futbolista y Alberto González, y aquel en un tono de cierta superioridad, le dijo, poniendo desafiante su mano derecha abierta en el pecho del cantante, que cómo se le ocurría cobrarle a su amiga. Que uno no les cobra a los amigos, sino que todo lo debe hacer por amistad. Alberto le respondió: “Yo no soy amigo de la señorita M, y tampoco de usted; sólo nos conocemos por asuntos de trabajo”. Y para rematar, Alberto le preguntó que si en el Medellín él jugaba por amistad con los dueños del equipo, o les cobraba algo. Pocos días después les llegó el pago acordado.

A Jairo M., no le gustaba mucho relacionarse con las mujeres. En cierta ocasión estaba el trío presentándose en el club Unión. Cuando el licor empezó a hacer efecto, Jairo se fue desinhibiendo y se puso a bailar muy efusivo al frente de Enrique Aguilar, quien en ese entonces era el tercer integrante del trío, como tratando de mostrársele y llamarle la atención, todo coqueto.  Enrique, con su lenguaje costeño tan abierto y sincero, sólo atinó a decir: “Miedda, se alborotó esta loca”. Algunos años más tarde Jairo fue encontrado ahorcado en su propio hotel, luego de una “reunión” que sostuvo allí con varios jóvenes.

En otra oportunidad en 1957, estaban Los Romanceros amenizando una tertulia en la que se encontraban Oscar E., de Medias Pepalfa, y otros dos señores, acompañados los tres de sus respectivas esposas. Ya terminando la velada el traguito empezó a hacer mella en los caballeros y ellos se fueron durmiendo en la mesa que ocupaban. Las damas también tomaban licor, pero no llegaron a dormirse sino que, curiosamente a las tres les dio por empezar a enamorar a los tres músicos. La cosa estaba pasando de castaño a oscuro, y cuando ya era inminente la embestida final, Jorge Valle tomando de afán su guitarra le dijo a Alberto, “Compa, vámonos” y los tres salieron apresuradamente. Alberto González dice que por fortuna en ese entonces estaban con Copete, porque  si hubiera sido con Enrique Aguilar, éste se habría quedado.




Los hermanos Uribe y ¡tantas locuras de juventud!

Jaime Uribe, de los Almacenes Valher, contrató un día a Los Romanceros para que fueran a tocar a su finca en El Poblado. Él mismo los llevó en su carro. Como éste era bastante amplio, adelante iba él con su madre y una de sus hermanas, mientras que en la parte de atrás, se acomodó el trío. Desde que salieron de Medellín iban a altísima velocidad, y  Jaime trataba de aumentarla cada vez más. Cuando llegaron a la finca, lo primero que hizo él fue tocar los puestos donde habían estado sentadas su madre y hermana. “Vee, no logré que se mearan estas dos viejas”, fue el comentario burlón que hizo. Es que  Jaime Uribe era algo alocado como se dice. Cierta noche apostó a que, por una botella de whisky, era capaz de darle desnudo una vuelta  al Parque de Bolívar. En efecto logró darla, perseguido por el celador que hacía repetidos disparos al aire.

No todo  pasado fue tan romántico como se le observa  luego de muchos años. En ciertos casos a Los Romanceros le tocó vivir situaciones realmente difíciles e incómodas desde el punto de vista moral. Así en una ocasión, Jaime que era el  “loco” de los hermanos, invitó a un grupo selecto de sus amigos con sus respectivas esposas a una “reunioncita” en su finca en El Poblado. Cuando llegaron los distinguidos convidados, Jaime cerró con llave todas las puertas de la casa. A continuación, y ante el estupor de todos, salieron de una habitación varias prostitutas, con sus trajes y adornos de trabajo. Los Romanceros estuvieron allí actuando ese día, y observaban la situación tan embarazosa que se vivió  con la presencia de dos grupos tan diferentes de asistentes. A pesar de las protestas de los invitados, especialmente de las damas, Jaime Uribe nada que abría las puertas; sólo cuando ya había disfrutado lo suficiente, aceptó, “liberar a los cautivos”.

Otra vez, Jaime Uribe contactó a Los Romanceros para que fueran a trabajar a su finca. Empezó diciéndoles que  iba a pagarles el doble de lo que siempre acostumbraba. Eso sí, les puso como condición  que se presentaran completamente desnudos, porque era una fiesta en la que todos, invitados, músicos y sirvientes, tenían que estar desvestidos. Obviamente el trío no aceptó “despojarse de sus vestiduras”, pero parece que de todos modos la fiesta sí se realizó. Quién sabe qué conjunto aceptó trabajar  “a calzón quitao”.

Cierto día Los Romanceros animaban una reunión en una finca en El Poblado, que no era la de los Uribe, que tenía todas las apariencias de ser un evento absolutamente normal. Los asistentes estaban congregados en torno a sus mesas, tomando licor, comiendo pasantes, y conversando animadamente, mientras escuchaban la música del trío que iba recorriendo las diferentes mesas. De repente se apagaron todas las luces. Los asistentes, hombres y mujeres, se levantaron en medio de la oscuridad para mezclarse entre ellos al azar, sin pronunciar una sola palabra. Se fueron formando parejas al sólo tacto, sin hablarse. Cada pareja salió del recinto  hacia el exterior de la casa para esconderse en los alrededores a “juguetear”. El trío quedó solo, en el inmenso salón. Jorge Valle les dijo a sus compañeros, mientras afuera se escuchaban los gritos y risas de la orgía:” Esto sí es increíble; nunca habíamos visto nada así”.

Regresando a nuestras más amables historias, a principios de los años cincuentas los hermanos Hernán y Jaime Uribe, les ofrecieron a los integrantes del conjunto, un smoking, o vestido especial para presentaciones de lujo. Era un uniforme muy costoso, que no se podía conseguir en el país. Debido al precio, “los romanceros” dijeron que les agradecían el ofrecimiento pero que, por lo menos en ese momento, no podían pagarlo. Los Uribe insistieron porque querían ver al trío con un uniforme exquisito, y finalmente acordaron traer los vestidos desde los Estados Unidos, y que el trío se los pagara con presentaciones en reuniones y fiestas. Así se hizo. Eran unos vestidos compuestos de saco y pantalón de fina tela sedosa, completamente blancos. Un corbatín, un pañuelo que sobresalía ligeramente del bolsillo superior del saco, y un  botón circular, situado al lado de este bolsillo, todas estas tres últimas piezas de un color rojo intenso, le daban el tono artístico a los uniformes. Existen numerosas fotografías tomadas después de 1950 en donde aparece el trío luciendo su magnífico uniforme.

Las locuras de Jaime Uribe parece que eran mucho más que simples travesuras. En un viaje que hizo a Cartagena con algunos de sus mejores amigos, se aprovechó de la esposa de uno de ellos. Éste no resistió el ultraje, y delante de otros compañeros, de varios disparos dio muerte a Jaime, su amigo.


Hernán Restrepo, a quien el trío llamaba “mi niña”, porque siempre se refería a su novia llamándola con ese apelativo, era  muy acelerado para manejar. Por allá una noche de 1951 fueron contratados Los Romanceros para llevarle serenata a la novia de Hernán. A la altura de la Universidad Bolivariana el vehículo se volteó y dio lo que se llama una vuelta campana. Afortunadamente no hubo heridos, sólo contusos. Entre todos lograron enderezar el carro, y se canceló la serenata. Desde entonces Alberto González se sentaba adelante al lado del conductor y cuando éste aceleraba demasiado, casi siempre por efecto del licor, Alberto sin decirle nada, le daba vuelta a la llave y apagaba el carro. Se bajaban y esperaban un taxi para seguir el carro de su cliente. Existe una fotografía en donde está el trío actuando en el club Campestre y Jorge Valle aparece con gafas negras debido a los  golpes que recibió en ese accidente.


WILLIAM GIL SANCHEZ




William Gil Sánchez fue un importante empresario antioqueño que durante las décadas  de los cuarentas y cincuentas participó en varias importantes firmas de Antioquia y de Colombia. En 1949 fundó, juntamente con Humberto Restrepo, la cadena radial Caracol.

Cuando Doris Gil Santamaría fue elegida Señorita Colombia, el Trío Los Romanceros sacó en homenaje a la reina un bambuco titulado precisamente “Doris”, compuesto por Luis E. Pabón quien era  integrante del conjunto en ese año de 1957.

Uno de esos días el trío estaba interpretando este bambuco en un programa de la emisora la Voz de Antioquia de la cadena Caracol. Cuando terminaron la actuación, el padre de la reina, William Gil Sánchez, se  le acercó a Alberto González, primera voz de Los Romanceros, y en tono descortés le preguntó que por qué le habían compuesto esa canción a su hija. Que si lo que querían era que él les diera algún dinero por la composición, que ni lo soñaran, que él no les daría nada. Alberto González muy tranquilamente señaló hacia Luis E. Pabón que se encontraba cerca, y le dijo al padre de la reina: “Vea, ese es el compositor de la canción; hable con él para que  le explique por qué compuso el bambuco para su hija”. Cuando interrogó a Pabón, éste le contesto:”Estimado señor; la canción la compuse porque en el trío admiramos a la mujer antioqueña, y su hija es la reina antioqueña; no pretendemos nada de usted”. Callado se retiró el señor Gil Sánchez, que a lo mejor pensaba que la razón de todo lo que se hace, es el dinero. Algunos años después era conducido esposado desde su oficina a la cárcel, a causa de un mal manejo financiero.


sábado, 22 de febrero de 2014

DOÑA SOFIA OSPINA DE NAVARRO

La Navarra, así se llamaba la finca que por los lados de Itagüí tenía la familia Navarro Ospina. 

Doña Sofía Ospina de Navarro era entre otras cosas, periodista y escritora de cuentos costumbristas y de asuntos domésticos, como la culinaria y la etiqueta. Esta  hermana del presidente Mariano Ospina Pérez, se distinguió en Medellín como la fundadora y animadora de varias organizaciones de caridad. 

Un cierto día “El colorao”, el empleado del club Campestre, llamó a uno de los integrantes de Los Romanceros para pedirle, que estuvieran listos a una cierta hora de ese día, porque un carro los iba a recoger. Doña Sofía Ospina tenía programado lo que en ese entonces se llamaba, un te-canasta. Ella quería que el trío le amenizara ese encuentro con sus amigas. Un té-canasta era un evento en donde, mientras se jugaba a las cartas, se degustaba un delicioso té  con parvita caliente. Bueno, hasta La Navarra llegaron los Romanceros y estuvieron unas tres horas acompañando con sus canciones a las señoras. La reunión resultó sin embargo, muy poco clásica. En lugar de cartas, toda la tarde se jugó a los dados, y en vez del té parviadito, lo que se consumió fue aguardiente. La dama que ganaba un lance inmediatamente le pedía una canción al trío. Al finalizar la tarde, uno de los hijos de doña Sofía, Alvaro Ospina Navarro le dijo a Alberto González, “páseme la cuenta”. 

Así  terminó aquella velada de golpes de dado y tufillo de anís.

CARLOS J. ECHAVARRIA

Carlos J Echavarría fue el símbolo del empresario antioqueño emprendedor  de  mediados del siglo XX. Era nieto de Alejandro Echavarría quien en 1907 había fundado la empresa Coltejer, y en 1916 el mayor hospital del Departamento, como lo es el San Vicente de Paúl. Desde 1940 hasta 1961 Carlos J. Echavarría fue presidente de Coltejer, la principal y más grande empresa de Antioquia, y una de las más importantes del país.

Era Don Carlos J. de estatura regular, un poco robusto, de entradas algo prominentes en su cabellera y en lo personal, muy metódico y disciplinado. En las reuniones y fiestas en el club Campestre permanecía siempre con un vaso de licor en la mano, pero en toda la noche no se tomaba más de dos o tres whiskys. Nunca se le vio descompuesto o ebrio. Ya desde mediados de los años cuarentas Los Romanceros era el trío de  su confianza. Cuando en 1948 el Presidente de la República Mariano Ospina Pérez vino a Medellín, luego de los eventos trágicos del 9 de abril de ese mismo año, asistió a una reunión que se celebró en la residencia de Carlos J. situada en el Parque de Bolívar. En esta edificación queda hoy la hermosa sede de la Casa de Funerales La Piedad. Ante la inquietud manifestada por el presidente Ospina sobre las condiciones de seguridad de la casa, y de la calidad de las personas que asistirían al evento, el anfitrión le explicó que todo estaba muy controlado, y sobre el trío le dijo: “Los Romanceros, son mis músicos”.

Carlos J. Echavarría era muy antioqueño en su lenguaje. En las reuniones le pedía con frecuencia al trío que le interpretaran el tango-bolero titulado “Pecado”, y lo hacía diciéndoles así: “Muchachos, pecao “, al tiempo que levantaba un poco la mano derecha, donde llevaba su vaso de whisky.  Esta canción empieza así:

«Yo no sé si este amor es pecado, / si tiene castigo. / Si es faltar a las leyes honradas del hombre y de Dios, / Es más fuerte que yo,... / que mi vida, mi credo y mi sino, / es más fuerte que el miedo a la muerte / y el temor de Dios. / Aunque sea pecado te quiero, / te quiero lo mismo.»

En ocasiones Los Romanceros permanecían en el club Campestre muchas horas. Terminaban algunas veces a las cinco o seis de la mañana después de haber estado cantando desde las ocho o nueve de la noche. Más de una vez cuando apenas acababan de llegar a sus casas, llamaba “El colorao”, que era el empleado del club encargado de localizarlos, para pedirles que regresaran, que algunos clientes querían quedarse más tiempo allí y los requerían a ellos. A veces se daban un baño a la carrera y volvían al club a las ocho de la mañana. Otras, debido al  cansancio extremo, no eran capaces de regresar; dormían todo el día.

María Elena Echavarría Duarte, la única hija de Carlos J., era novia de Francisco Robles Echavarría, quien con el tiempo llegó a ser un gran publicista en el país. A él lo llamaban cariñosamente Pacho Robles, pero él pedía, casi exigía, que le dijeran “Pachito”. Pachito, llamémosle así por gentileza,  contrató una noche al trío para llevarle una serenata a su amada. La familia Echavarría pasaba esos días en su finca “Los naranjos” en El Poblado. Luego de interpretar las primeras canciones se abrió la puerta de la casa, y entraron Pachito y los músicos. Don Carlos J. con una bata de dormir muy bien puesta, saludó a los componentes del trío con un grave pero amable, “Buenos días muchachos”, y luego señalando a su futuro yerno, agregó entre lastimero y satisfecho,  “Este hombre no nos deja dormir”. A continuación les ofreció a cada uno de los presentes un whiskicito.  Esa no fue la única serenata que le llevó Francisco Robles a su novia con Los Romanceros. Varios años después, Doña María Elena Echavarría de Robles decía que le debía su matrimonio al trío, porque su novio la enamoró  “a punta de Romanceros”.

Cierto día del año 1947 llamó “El colorao” a Los Romanceros avisándoles que a las 11:30 de la mañana debían estar en la casa de Don Carlos J. en el Parque de Bolívar, para  que animaran un almuerzo que el empresario iba a ofrecer a varios de sus amigos. Todo estaba muy bien dispuesto, manteles blancos relucientes, meseros enguantados, y demás.

Luego de una tanda de canciones el trío se tomó un descanso. Alberto González aprovechó para acercarse a un canario enjaulado que había en el patio principal. Empezó a silbarle, y el pajarito a contestarle. Así estuvo él un buen rato, absorto cantando a dueto con el ave. Se acercó a la jaula el joven Carlos Alberto Echavarría, uno de los hijos de Carlos J., y al ver esa escena empezó a conversar con Alberto sobre el canto de los pájaros, y de paso elogió no sólo el canto del canarito alemán que le habían traído de regalo, sino también el silbar de Alberto. Este le dijo que desde niño en Barranquilla había aprendido a silbar como pájaro, por haber vivido en un ambiente campestre. En efecto, Alberto tenía muy buenas habilidades de silbador. En la canción titulada “Tierra antioqueña”, que grabó el trío a mediados de los años cincuentas, se escucha claramente la buena imitación que hacía del canto de los pájaros.

El joven Echavarría le pidió a Alberto que volviera al día siguiente porque quería mostrarle algo. Así lo hizo el cantante, y se sorprendió porque el muchacho le tenía de regalo una cría del canario alemán, con su jaula y su huesito de calcio. Alberto vivía con su familia y con la de Jorge Valle, en una pensión en la calle Maturín en el centro de la ciudad. Hasta allí llevó Alberto el regalo que había recibido, les presentó a todos, el nuevo miembro de la familia, y muy orgulloso colgó la jaulita de una de las ventanas de la pensión. Después de cincuenta y siete años, ese pajarito todavía vive, pero ya  no más enjaulado. Alberto, aún recuerda e imita exactamente su lindo cantar.

En  algunas ocasiones a Los Romanceros le tocaba trabajar durante las fiestas decembrinas. Unas veces  lo hacían donde Carlos J. Echavarría, y  otras en el club Campestre. Allí se quedaban hasta tarde en la noche, y llegaban a sus casas cuando ya había transcurrido, o estaba por terminar, la celebración familiar.  En cierto sentido, la ausencia en esa importante fecha se compensaba cuando al día siguiente, ya pasada la fiesta, en la familia de los músicos, en medio de la sorpresa general, se desempacaban y  elevaban unos grandes y  hermosos globos de papel de seda. Los niños se entretenían jugando en silencio, porque el que había trasnochado aún dormía, con un lindo invento que no conocían: tiraban, enrollaban de nuevo y volvían a tirar, esas  finas y coloridas cintitas de papel que habían quedado de la celebración en el elegante club, y hasta se probaba alguna caja de la exquisita comida que se sirvió la noche anterior en aquella lejana fiesta. Todos esos regalos los traían de los festejos para disfrutarlos, aunque algo tardíamente, con  sus familias.

BAILES, REUNIONES Y BALADAS

Principalmente en los años finales de la década de los cuarentas, y durante toda la de los cincuentas Los Romanceros animaron muchas reuniones familiares y sociales que se celebraban en residencias particulares, fincas y clubes sociales. 

Entre sus clientes de esos días estaban Carlos J. Echavarría Misas, y sus hermanos Jorge y Germán, Jesús Mora y sus hijos Alfonso y Alfredo Mora de la Hoz, los hermanos Uribe de Almacenes Valher, las familias Hernández Ospina y Navarro Ospina, los hermanos Arriola del Valle, el médico Jorge Henao Posada, los hermanos Jairo y Jaime Moreno del hotel Nutibara, Oscar Echavarría Misas de la fábrica Pepalfa, William Gil Sánchez de la cadena radial Caracol  y muchos otros más.


ORGANIZACION DE LOS MUSICOS Y CANTANTES

A finales de los años cuarentas se presentó un conflicto entre algunos músicos y la estación de la radiodifusora. En ese momento estaba William Gil Sánchez en la dirección de la emisora. El sindicato de músicos y cantantes, en cabeza de su presidente el “Indio Pérez”, decretó un paro total; estaba completamente prohibido actuar allí. El trío Los Romanceros se presentaba frecuentemente en esa radiodifusora, y como ellos estaban afiliados al sindicato, resolvieron acogerse a la orden. En esos años el profesor, pianista y director operático Pietro Mascheroni, era el director de la orquesta de planta de la emisora. Hay que recordar que en esa época las principales estaciones del país tenían su propia orquesta, y presentaban diariamente programas musicales en vivo. El maestro Mascheroni, le aconsejó al trío que no le hicieran caso a lo que mandaba el sindicato, por que él ya sabía cómo se manipulaban esos asuntos. A pesar de este consejo, Los Romanceros decidieron suspender sus actuaciones.

Cuando el paro era casi total, una tarde pasaban Jorge Valle y Alberto González por los estudios de la emisora, y con muchísima extrañeza observaron que ingresaba allí, un conjunto de músicos de una estudiantina, dirigidos nada menos que por…el “Indio Pérez”. Los dos componentes del trío se le acercaron afanadamente a Pérez y le preguntaron que por qué iba a actuar, sabiendo que él mismo había dado la orden de paro. El, con mucha calma, se pasó la mano por la cabeza, quitándose su pelo lacio de la frente, y les dijo: “Es que yo soy muy hijueputa”, y siguió hacia adentro. Jorge y Alberto, sacaron de sus billeteras el carné del sindicato, y allí mismo los rompieron. Nunca más volvieron a participar en este tipo de agremiaciones.

 Algunos años más tarde se fundó el Centro Artístico Musical Cooperativo, Camc, y Los Romanceros entraron a él muy animadamente. Se consiguió una sede para el Centro que funcionaba en la carrera Palacé, entre las calles Colombia y Ayacucho. Allí se ofrecían espectáculos musicales, se tenía servicio de bar y restaurante, y el local servía de sitio de encuentro de los músicos con sus clientes. Jorge Valle como uno de los fundadores del Camc, tenía la idea de agrupar a los músicos de Medellín, para que ellos tuvieran más fuerza en las contrataciones,  y se hicieran valorar y respetar como profesionales de la música. Él había conocido cómo funcionaban los sindicatos de músicos en Méjico, y quería hacer algo similar en Antioquia. Lamentablemente, las cosas no salieron como él lo deseaba. La mayor parte de los músicos asociados a la cooperativa no estuvo a la altura del nuevo reto que se les planteó. Pensaron que el Centro era una cantina más; llegaban allí a emborracharse y a querer firmar vales de consumo, a diestra y siniestra.

Apreciando lo que ocurre ahora en los primeros años del siglo XXI con los músicos en Colombia, se observa que todavía no se ha dignificado esa profesión en el país. A manera de ejemplo, existe un programa de televisión en un canal  local y periódicamente se presentan varios conjuntos románticos en diferentes poblaciones del departamento. Hasta aquí todo normal. Pero la gran tristeza, el gran dolor es que, a pesar de que por publicidad se recoge cada semana muy buena cantidad de dinero, muchos millones de pesos, a los músicos, que son los verdaderos protagonistas del programa, no se les paga nada, absolutamente nada. Parece increíble. Pero así es. Repito: no se les paga nada, absolutamente nada. Y lo peor de todo: existen listas en las que están anotados los duetos y tríos que están esperando el turno para que los llamen a actuar gratis.

Otro ejemplo similar ocurre con un programa en la televisión nacional, que está en el aire desde hace muchísimos años. Cada semana el director del programa lleva su elenco a diferentes partes de Colombia, y celebra unos conciertos monumentales a los que asisten muchos miles de personas, y en los que se vende publicidad por cientos de millones de pesos. Hasta aquí todo muy claro. Pero otra vez, lo mismo. A los músicos, los verdaderos protagonistas, se les aloja y alimenta en hoteles de segunda categoría, mientras que en el presupuesto de la empresa, aparece como si se les estuviera dando un tratamiento de primera categoría. ¿Quién se queda con esa diferencia?

A propósito, esta situación de injusticia que viven los músicos en Colombia, fue el principal motivo para que Los Romanceros prácticamente nunca se hubieran presentado en la televisión. En una ocasión, en los años sesentas, los llamó  de Bogotá el animador chileno Alejandro “Michel Talento” que era el director del programa  musical “Gran Sábado Gran”. Quería que el trío actuara en su programa. Cuando Alberto le preguntó que cuánto dinero les pagarían por la función, él casi indignado, les respondió que el pago era que en todo Colombia los iban a observar,  y que eso les serviría de propaganda para hacerse conocer. Era la época en que Los Romanceros daban unas cinco serenatas diariamente, y de verdad, no necesitaban que alguien más los conociera. Obviamente no hubo viaje a Bogotá.


 En otra ocasión, alrededor del año 1978, vino personalmente a Medellín el músico Jimmy Salcedo, director del programa de variedades llamado “El Show de Jimmy”. Se presentó con una propuesta muy similar a la que años atrás les había hecho el presentador chileno. Se podría resumir, en que les daban los pasajes y la oportunidad de hacerse conocer. Tampoco hubo viaje a la capital. La única vez que sí aparecieron en la televisión fue cuando Hernán Castrillón Restrepo, que había sido primero presentador de un noticiero, y luego director de un programa llamado “Protagonista el hombre”, filmó en Medellín al trío cuando estaba dando una serenata. Se trataba de un reportaje sobre la costumbre de las serenatas en el país; nada más apropiado para ilustrarlo, que mostrar cómo se daba una serenata en esta ciudad.


domingo, 9 de febrero de 2014

BLUMEN

Manuel Ruiz, conocido artísticamente como Blumen, fue un músico antioqueño que además de compositor, tocaba muy bien el tiple. A principios de los años sesentas, él se encontraba recluido en el Hospital La María de Medellín, una clínica para enfermos  tuberculosos. Se organizó una visita al hospital, para acompañar a Blumen y mostrarle solidaridad, no sólo a él, sino a todos los demás pacientes allí internados. En esos días se encontraba en la ciudad el famoso compositor mejicano Gilberto Urquiza. Él fue creador de célebres boleros, entre los que se destaca el titulado “Tonterías”. Esta hermosa canción dice así en sus primeras líneas:
 Mentira que te alejas/ no es cierto que te vas/ si dices que me dejas/ es que me quieres más/.


 Bueno, fueron encargados de visitar a los tuberculosos además del compositor mejicano, el maestro Luis Uribe Bueno quien lo acompañaría al violín y el trío Los Romanceros.


En ese entonces, y aún hoy en día, se tenía mucho miedo por el contagio de la enfermedad pulmonar. Se consideraba un riesgo muy grande visitar a un tuberculoso; casi se le consideraba semejante a un leproso. De allí que los músicos tomaron con mucho recelo el tener que ir a ese hospital de tuberculosos.


Uno de los médicos del hospital tranquilizó a los que iban a hacer la visita informándoles que si tomaban una buena comida, acompañada de algunos vasos de leche antes de entrar a la clínica, podrían estar seguros de que no contraerían la enfermedad. Así lo hicieron con cierta prevención,  y en efecto, toda la tarde de ese día estuvieron cantando, no de mesa en mesa como lo acostumbraban en fiestas y reuniones, sino de cama en cama. Manuel Ruiz se sintió muy emocionado por el homenaje que se le rindió, allí en medio de sus compañeros de penurias.

 Al regresar  Alberto, la primera voz del trío a su casa, nadie se  acercó a saludarlo. Inmediatamente puso a lavar la ropa que traía puesta, se dio un baño completo, y siguió tomando abundante leche en los días siguientes, como para reforzar el tratamiento. Talvez eso mismo hicieron sus compañeros de trío.


Pocos meses después salió Blumen del hospital,”gordo y colorado”, por lo menos eso dijeron varios de sus compañeros músicos. En el año 1964, teniendo 73 años de edad, falleció este artista luego de haber recaído de su enfermedad pulmonar. Cuando salió del Hospital La María, se le veía, con una manguerita aspirando los vapores de gasolina de los carros que encontraba parqueados. Volvió a incurrir  en su antiguo vicio y esta vez, sus pulmones no resistieron.