Ya
en la década de los setentas una noche
Alberto esperaba afuera del restaurante El Escorial la llegada de algún
cliente. Mientras tanto Tulio Parra y Jorge
Valle estaban adentro sentados en una de las mesas. Apareció de pronto
un hombre manejando una motocicleta pequeña, y
con mucha pericia y delicadeza se bajó de ella, ahí en toda la puerta
del restaurante. Este era un cliente muy particular, que les planteó a Los
Romanceros una situación excepcional que no se les había presentado en los más
de treinta años de vida artística del trío. Nunca antes Los Romanceros le
habían llevado serenata a un hombre, y mucho menos si el cliente era hombre
también.
La
Macuá era un ganadero de la ciudad de Medellín muy aficionado, entre otras
cosas, a las corridas de toros y al buen vestir. Después de explicarles de qué
se trataba, Los Romanceros salieron con
él rumbo a la casa del novio. Cuando llegaron a la vivienda de su amado, se abrió la puerta y salió un
joven acompañado de su madre. Esa noche cantaron todas las canciones típicas de
una serenata que se lleva a la novia querida, sólo que aquí se trataba del
novio querido. A pesar de lo novedoso del acontecimiento, para el trío todo
salió a las mil maravillas. De allí La Macuá llevó el trío a dar otra serenata.
Esta era para su mamá de crianza. Fue muy triste lo que allí sucedió. El
ganadero, recostado sobre su nana, lloraba
todo el tiempo y ella cariñosamente no cesaba de consolarlo. Todo fueron
quejas, dolor, lamentos, lágrimas. ” En la familia no me quieren porque soy
así; me botaron de la casa, me botaron
de la casa…”. Insistía en lo mismo una y otra vez. Con gran tristeza
abandonaron el lugar Los Romanceros.
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