En marzo de 1944, pocas semanas después de la muerte de César, fallece debido a una larga enfermedad la madre de Alberto González. El maestro de Moya acompañó a Alberto al cementerio. También estuvieron allí los obreros de la pavimentación de las calles de Barranquilla. Ellos cargaban el ataúd con los restos de Carmen Rafaela de González. Al día siguiente Alberto debía presentarse en la emisora. Le pidió al maestro De Moya que le permitiera ausentarse siquiera por ese día, pues estaba muy adolorido. Por razones de contrato con el programa de la Compañía Colombiana de Tabaco, no fue posible acceder a su petición. Y así, mientras cantaba alegres ritmos cubanos y cadenciosos porros, a Alberto, con el corazón acongojado, se le saltaban las lágrimas en medio de la actuación.
La situación económica en esos días finales de la segunda guerra mundial era lastimosa. Se deterioró tanto el ambiente de trabajo musical, que el maestro de Moya tuvo que dedicarse a vender en tiendas de Barranquilla, un condimento para sopas que él mismo fabricaba; era un sazón con fórmula cubana En 1946 decidió regresar a su patria y se radicó en La Habana. Allí además de ofrecer clases de guitarra, seguía haciendo sus presentaciones públicas; eran su vida. Falleció en esa ciudad en 1971.
A finales de 1943 Alberto González decidió casarse con Silvia Rodríguez en el mes de abril del siguiente año. Ahí mismo se dio cuenta de que tenía que empezar a trabajar no sólo por gusto, sino también por necesidad.
Hernán Córdoba era un guitarrista que pretendía ser mejor de lo que realmente era. Tenía en la puerta de su habitación una placa de bronce que decía: “Profesor Hernán Córdoba – Guitarrista”. En la costa atlántica llaman “hazañoso” a una persona así.
Este guitarrista, siendo joven había recibido un golpe en la cabeza, producido por una pesada caja, cuando trabajaba en Puerto Colombia, su tierra natal. A este golpe muchos le achacaban las locuras que frecuentemente hacía. En esa época ya tenía mujer y un hijo recién nacido, pero no velaba por ellos. Cuando iba a visitarlos, se pasaba todo el rato fumando cigarrillo, mientras la señora no hacía más que coser ropa día y noche, y poner cuidado a su hijito. El músico no se molestaba en ayudarla en absolutamente nada. Córdoba vivía en esos días de 1943 y 1944, en una habitación del inquilinato que tenía en Barranquilla el ciudadano italiano Pascual del Vecchio. Del Vecchio era bajito, algo calvo y se hizo famoso cuando el músico antioqueño J. Monsalve, Marfil, le compuso un porro llamado justamente como su nombre, y que interpretó magistralmente la orquesta argentina de Eduardo Armani. Ese porro se escuchó en toda América Latina en la década de los años cincuentas.
Manuel Maldonado era un guitarrista ecuatoriano que había llegado a Colombia haciendo parte del dueto Maldonado-Antepara. Era buen guitarrista, pero le gustaba mucho la parranda y el trago, y con frecuencia se metía en todo tipo de peleas. Por cosas de la vida, Hernán Córdoba y Manuel Maldonado se conocieron, y decidieron trabajar juntos. A pesar de eso, Maldonado y Córdoba disputaban mucho, sobre todo cuando se emborrachaban. El ecuatoriano decía que era mejor guitarrista que Córdoba, y éste le respondía que él era todo un profesor, aunque, justo es decirlo, nunca se le conoció un solo alumno. En una ocasión, Maldonado se levantó del suelo con un mechón de pelo de su compañero en la mano, luego de haberse revolcado ambos en una de sus corrientes trifulcas. A ellos dos se les unió en esos últimos días de 1943, Alberto González, quien estaba necesitado de un trabajo con que mantenerse a sí mismo y a su futura esposa.
Al nuevo trío así formado, empezaron a llamarlo de vez en cuando. Sólo les daban trago, nada de dinero. En su carro con doble amortiguación, el mismo Rafael Roncallo fue personalmente a la Ceiba, donde residía Alberto. Quería que el trío le animara una reunión. Alberto le dijo con mucha sinceridad, que con gusto lo harían, pero que, como ya se iba a casar, debía pagarles algo. Esa vez Roncallo les pagó. Pero no volvió a solicitarlos más. Una vez contrataron al trío para inaugurar un nuevo almacén Ley. Se montó un escenario en el centro del local, y allí estuvo el conjunto tocando un buen rato, para atraer clientes al nuevo establecimiento. En otra ocasión actuaron en el Hotel del Prado, compartiendo espectáculo con el gran conjunto, “Emisora Atlántico Jazz Band”, llamada anteriormente Orquesta Sosa. No hubo más contratos.
Otra de las esporádicas actividades del trío era llevarle serenata a Silvia, la novia de Alberto. A manera de pura anécdota, a Oswaldo Suárez el novio de Alicia, la hermana mayor de Silvia, le gustó la idea de Alberto de llevar serenata a su prometida, y él empezó también a hacer lo mismo con la suya. Solamente que Oswaldo no tenía conjunto, y entonces le pedía a Maldonado que le hiciera el acompañamiento con la guitarra, mientras el mismo novio se encargaba del canto. Aunque nunca fue músico profesional, él si compuso algunas bellas canciones como por ejemplo, el lindísimo porro “El negrito fino” que, cantada por el mismo Oswaldo, aún se escucha de vez en cuando, sobre todo cuando se quiere recordar aquellos diciembres ya idos, y que dice así en sus primeras líneas:
Yo soy, yo soy/ yo soy el negrito fino/ Yo soy, yo soy/ yo soy el negrito fino/ que fuma tabaco en bomba/ soy el hijo de Aquilino/ de Aquilino Chirindonga/ Yo soy un negro decente/ soy negro de sociedad/ soy un negro inteligente/ educado en Bogotá/.
Oswaldo era algo mayor que Alberto y no se sabe por qué razón, empezó a manifestar abiertamente su inconformidad por el matrimonio de Alberto con Silvia. Hablando con aire de predicador, delante de la familia de la novia, expresaba que Alberto no era el indicado para Silvia. Un día Alberto fue al negocio que tenía Oswaldo dedicado a la venta de artículos momposinos de oro y plata, y allí le increpó por la oposición que estaba manifestando contra él; el asunto terminó en que el cuestionado enamorado, muy perturbado porque Oswaldo estaba tratando de alejarlo de su querida novia, tomó un palo, y con él empezó a golpear a su contradictor. Este tuvo que salir corriendo.
Volvamos al hilo que traíamos. Alberto se casó en abril de 1944, y el hecho es que en Barranquilla no había muchas oportunidades para quien quisiera dedicarse a la música como profesión. Trató entonces de emplearse en otro oficio más provechoso. Se dedicó a llevar muestras de traperos, que hacía Armando Varela, un conocido suyo, a las tiendas. Recorría muy preocupado, algunos barrios de la ciudad, llevando su cargamento de palos y tiras de trapos. Sí lograba vender algo, pero no lo suficiente. Pensó entonces que tampoco esto había dado resultado. Tenía que buscar otro camino. Entonces de acuerdo con su esposa, y sus dos compañeros, decidieron marcharse para Bogotá. El maestro Roberto de Moya cuando supo con qué compañeros se iba a ir Alberto, le pidió que no lo hiciera. “Ellos son unos piratas y te van a dejar botado”, fue lo último que le profetizó.
Lo primero que hicieron Maldonado, Córdoba y González, fue ponerle un nombre al trío, lo llamaron “Los Caballeros de la Noche”. No tenían ni siquiera un uniforme decente para las actuaciones. Así no podían presentarse en la capital del país, la ciudad de los que visten de cachaco. Le pidieron a Rafael Roncallo que les concediera en su emisora un programa de beneficio, con el fin de recoger algún dinero para el viaje. Él no fue solidario. Parece que sólo le interesaba tener sus músicos en Barranquilla, y no pensaba apoyarlos para que se fueran a otra parte.
Afortunadamente, los dueños costarricenses de la Emisora Atlántico, sí le colaboraron al trío, regalándoles un programa. En él actuaron además de Los Caballeros de la Noche, un músico antioqueño de apellido Montoya. Éste tenía un programa llamado “La voz de la montaña”, en una emisorita llamada Radio Barranquilla. Allí, haciéndose pasar por un viejo campesino antioqueño, siendo que en realidad él era todavía joven, cantaba todos los días sus bambucos y pasillos, acompañándose él mismo con su tiple. Esa vez, en el programa de beneficio, Montoya, durante la presentación les recomendaba una y otra vez a Los Caballeros de la Noche, que no se fueran para Bogotá, sino para Medellín. Al otro día, Alberto salió a recoger el dinero donde los dueños de los almacenes que habían hecho anuncios comerciales en el programa de beneficio. Con ese dinero consiguieron los uniformes. No les alcanzó para más; ni siquiera para los pasajes. El trío viajó por el río Magdalena desde Barranquilla, en el barco Capitán Caro, tripulado por el capitán Ballestas. Curiosamente este capitán era familiar y padrino de bautismo de Silvia, la esposa de Alberto. Pero hasta ese momento, ellos dos nunca se habían encontrado.
hola, estoy interesado en saber si el señor Alberto gonazlez aún vive y si fue el quien escribió este artículo? Gracias!
ResponderEliminarHola,estoy haciendo una investigación sobre la importancia de los tríos en Colombia. Me encantaría tener más información. Hay algún contacto de la persona que lo escribió?
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