martes, 13 de enero de 2015

QUE PELIGRO!

¡Qué peligro !



A mediados y finales de los años setentas, el centro de la ciudad se iba volviendo cada vez más peligroso, especialmente en las horas de la noche. En las afueras del bar Primero de Mayo, situado a pocos metros de El Escorial, era frecuente ver grupos de travestis esperando clientes para irse con ellos, o a peatones que por allí pasaban, para asaltarlos. Y  se veían también, detectives y policías dedicados a reprimirlos  violentamente. Algunas veces, los atacaban, les rompían su femenil vestimenta,  y los golpeaban; otras veces se los llevaban, no se sabe para dónde. Cuando llegaba la llamada autoridad, los disfrazados de mujer, corrían a esconderse. En una ocasión estando Alberto en la puerta de El Escorial, normalmente allí se encontraba, porque él era el que hacía los tratos con los clientes, un travesti asustado y tembloroso lo tomó del brazo suplicándole que si la policía que ya estaba allí se le acercaba, Alberto dijera que él, es decir el travesti, era su esposa. Que por favor lo salvara. Alberto lo tomó del brazo como si fuera su novia, hasta que la policía abandonó el lugar.

En otra ocasión, un hombre muy envalentonado llegó al bar Primero de Mayo. Puso su revólver sobre el mostrador con cierta altivez y levantando la voz dijo agresivamente, que él sabía que por allí había muchos atracadores. Que a ver, quién era el macho que se iba a meter con él. Casi inmediatamente, desde atrás le pusieron un revólver en la cabeza, recogieron el arma que él había puesto en el mostrador y le vaciaron los bolsillos. Salió de allí asombrado y  estremecido. Nunca más volvió.

Un cliente debía a Los Romanceros desde hacía bastante tiempo, unas serenatas que no había pagado. El muchacho aquel fue esa noche a El Escorial, y Alberto aprovechó para recordarle la deuda. El joven se puso sumamente agresivo y empezó a insultar al romancero. Este para calmarlo le respondió dándole un empujón en el pecho. El hecho es que ese individuo, empezó a perseguir a Alberto alrededor de los carros que estaban allí parqueados sobre la Avenida La Playa. Trataron de calmarlo, pero cada vez se ponía más violento. Los otros músicos y clientes allí presentes, le hicieron pantalla a Alberto para que, sin que el joven lo notara, entrara al restaurante a esconderse. Allí permaneció él un largo rato hasta que el muchacho drogado se retiró.

Otra vez, un detective a quien apodaban Pilatos, empezó a tomarle  odio  a Jorge Valle. Ese individuo, no se sabe por qué, no podía ver al romancero. Decía de él que era un engreído, y que iba a matar a ese ecuatoriano... y remataba con un vulgar y agresivo epíteto. Jorge Valle, era una persona absolutamente pacífica. No molestaba ni se metía con nadie. Por las noches, mientras esperaban la llegada de algún cliente, Jorge se sentaba en una mesa a leer el  periódico, hacer crucigramas, y tomar tinto. Cuando alguien se acercaba a él, el músico casi siempre  respondía con una sonrisa. La situación se  volvía cada vez más tensa, con las continuas amenazas del detective. Este individuo era dueño de un local en la zona de prostitución  de Lovaina. Un día en que estaba libre en su oficio de detective, se fue a atender su negocio  personalmente. Cuando estaba allí, llegaron varios sujetos al establecimiento y lo asesinaron de varios disparos. Parece que desde entonces no ha vuelto a asomarse por El Escorial.

El Camc es un centro cooperativo de algunos músicos de Medellín. Es un sitio de reunión en donde se vende comida y licor y los músicos cuadran los asuntos con sus clientes. Tal vez el primer presidente que tuvo ese centro fue Jorge Valle. Un día de los años sesentas llegó alicorado al Camc un conocido tenor llamado Jairo V. a pedir que le fiaran un cierto consumo que iba a hacer allí. El mesero le consultó a Jorge Valle, y éste respondió que no se podía fiar a nadie, porque así estaba estipulado en el reglamento. En los días siguientes Jairo V. fue varias veces al bar Primero de Mayo y a El Escorial, buscando a Jorge Valle para pegarle. Hay que mencionar que el conocido tenor era mucho más joven y fornido que el romancero. La última vez que fue a buscarlo, tuvieron que esconder a Jorge en uno de los baños del Primero de Mayo.  Afuera Alberto calmaba, empleando todo tipo de razones y artimañas, al famoso tenor. Jairito, no golpees al viejo; piensa que él no quiso ofenderte, no le hagas daño; eso son bobadas. Con esas palabras el agresor se  fue calmando, se retiró y nunca más trató de molestar a Jorge.

Panzuto era un famoso futbolista argentino que jugó en Colombia en la década de los sesentas. En Envigado había un taxista que se parecía mucho al futbolista; era algo grueso, de cara ancha y tenía una amplia calva. Debido a esa semejanza lo empezaron a llamar Panzuto. El taxista rápidamente empezó a incrementar su patrimonio. Ya era un señor que tenía varios guardaespaldas a su servicio y, como suele suceder en tales casos, poseía vehículos grandes y lujosos. Seguramente estaba exportando alguna mercancía hacia los Estados Unidos. Una vez, llamémoslo  ahora así, el señor Panzuto, fue a El Escorial para contratar a Los Romanceros. Iba el trío hacia Envigado en el mismo carro con el señor. Atrás, a pocos metros los seguía otro vehículo lleno de hombres armados, algunos de ellos con metralleta.

Primero le llevaron serenata a una amiga de Panzuto. Luego él los condujo al parque principal de ese municipio. Allí Los Romanceros, ante la sorprendida y agradecida mirada de los concurrentes, iban de mesa en mesa tocando sus conocidas canciones. Todo corría por cuenta del ex-taxista. Trago y buena música por cortesía del envigadeño que se parecía a un famoso futbolista. Él estaba muy contento. Varias veces le pidió a Los Romanceros que le interpretaran una canción titulada “Begin the  beguine” (“Empieza la danza”). Esa pieza estuvo muy de moda en todo el mundo en otra época, y en los años cincuentas  el trío la cantaba en los clubes de la ciudad. Ahora en  los setentas la cantaban en la plaza de Envigado. Estaba tan emocionado Panzuto cuando escuchó su canción preferida que a cada rato le metía, todo agradecido, billetes gruesos a Alberto en el bolsillo del saco mientras éste la cantaba. De verdad que era un hombre muy cordial.

Varias semanas después, el señor volvió a El Escorial preguntando por Los Romanceros. Pero ellos, apenas se dieron cuenta de que él se acercaba se le ocultaron. Así sucedió otras veces más. No volvieron a trabajarle a Panzuto. Se sentían muy molestos y expuestos al peligro, trabajando escoltados por hombres armados.


viernes, 9 de enero de 2015

INVITACION A VIAJAR CON TODOS LOS GASTOS PAGADOS

Los últimos años de la década de los cincuentas y prácticamente todos los sesentas, fueron de relativa paz en la ciudad. Al empezar los años setentas la situación empieza a cambiar. Ya se oye que hay personas dedicadas a enviar a los Estados Unidos ciertas sustancias prohibidas, pero muy lucrativas. 

Una noche llegó al restaurante El Escorial un cliente de gafas oscuras, y todo él, muy elegantemente vestido. Afuera del local estaba Arturito, es decir Arturo Correa Maya. Éste era el chofer que le prestaba el servicio al trío cuando iban a dar serenatas, y además los recogía y llevaba a sus casas. Arturito estaba dando vueltas a su llavero alrededor del dedo índice derecho, cuando el señor se le aproxima y le pregunta por Los Romanceros. Adentro están, mírelos allá, le contestó el conductor, haciendo girar  su llavero. Preguntó por Alberto González, y al saludarlo lo felicitó por la voz tan maravillosa que tenía. Insistió una vez más, con mucha cordialidad, en esa voz tan especial, tan fuera de lo común. Finalmente salieron con Arturito hacia el barrio Laureles. Allí vivía el caballero de gafas negras con su amada y algunos familiares de ésta. Los Romanceros estuvieron unas dos horas cantando en ese encuentro familiar. Como a las tres de la mañana, el cliente les dijo que les pagaría todo, incluido el servicio del taxi ese mismo día, pero temprano, en el hotel Bristol. Tenía que ser a las ocho en punto, porque esa mañana él tenía que salir de prisa a emprender un viaje muy importante. Nuevamente regresaron Los Romanceros al Escorial, y Alberto decidió esperar allí hasta que fuera la hora de reclamar el pago del trabajo que acababan de hacer. Arturito se quedó acompañándolo porque para él también había dinero.

Cuando amaneció, se dirigieron Alberto y Arturito al hotel Bristol situado en la zona de la avenida La playa con Junín. A las ocho en punto arribó el caballero de los anteojos oscuros. Saludó muy amablemente a Alberto, y le ofreció un whiski. Como estaba tan cansado y quería llegar pronto a su casa, Alberto no aceptó. Sin embargo el cliente insistió, y se sentaron a una mesa. Aquí tengo su pago y el del taxista, no hay ningún problema, le dijo a Alberto. Pero primero quiero hacerte una propuesta. Cómo es posible que una voz como la tuya se esté desperdiciando aquí en Colombia. Tengo todo arreglado para que te vayas para los Estados Unidos. Con un excelente guitarrista que allí conozco formarás un dueto maravilloso; ya le tengo el nombre, se llamará “Una voz y una guitarra”. No te preocupes por tu familia. A ellos les conviene, porque tú les podrás traer dólares. Vienes varias veces a Colombia durante el año y regresas  a Nueva York. Esos viajes serán muy importantes para ti. Alberto le respondía insistiéndole  una y otra vez, que él no podía dejar por ningún motivo a sus compañeros del trío.

Entonces el hombre de las gafas oscuras empezó a levantar la voz, y a presionarlo de una manera más directa. Le dijo que  tenía toda la información sobre él, que sabía dónde vivía con su familia y le dio otros datos que sorprendieron al cantante. Alberto se fue llenando de miedo. Arturito que esperaba un poco lejos de donde se estaba produciendo la conversación, daba vueltas a su llavero alrededor del dedo índice derecho, y estiraba el cuello para no perderse ningún detalle del “negocio”. Empezó a notar Arturito, que Alberto estaba blanco y tembloroso. El romancero pensaba que en cualquier momento, aquel hombre tan insistente, le dispararía con un arma de fuego. Finalmente, de una manera amistosa, Alberto mientras se levantaba nerviosamente, dio las gracias por el ofrecimiento que se le hacía  y empezó a retirarse. El hombre le entregó de malas maneras el dinero que les debía.


En el trío, esa misma noche todos coincidieron en que los viajecitos a los Estados Unidos que el cliente de Laureles le ofreció a Alberto, tenían un fin muy diferente, al de permitirle mostrar su gran voz en el país del norte. Jorge Valle  lo único que dijo, fue “hmmm, hmmm”, mientras esbozaba una enigmática sonrisa. Durante bastante tiempo Alberto estuvo muy preocupado, temiendo que le hicieran un atentado en su propia casa o en El Escorial.

UN ROMANCERO EN TODA SU MAGNITUD



Una madrugada, luego de haber trabajado toda la noche en un club de la ciudad,  Los Romanceros se fueron al Bar Andaluz, a descansar y tomarse unos aguardientes. Enrique Aguilar es un hombre de gran estatura, altísimo. Esa noche estaban los tres sentados alrededor de una mesa del bar y Enrique, como era su costumbre, tenía las piernas bien estiradas por debajo de la mesa, de modo que su cuerpo no sobresalía mucho del nivel de la mesa, y parecía así un hombre de estatura completamente normal. Un borracho empezó a molestarlos, como molestan los borrachos. Los insultaba, se iba, regresaba,  decía incoherencias y al fin, llegó  a amenazarlos. Insistía e insistía en sus amenazas, hasta que Enrique, poco a poco empezó a desenrollarse y a pararse de su asiento. A medida que lo hacía, el beodo empezó a darse cuenta de  la estatura de su rival y cuando el músico se le paró enfrente todo erguido, el valiente borrachito se sorprendió y salió de allí todo calladito.

DIFICULTADES



Desde los primeros años de existencia del Trío Los Romanceros sus integrantes estuvieron en contacto con la situación de violencia y de inseguridad que se ha  venido presentado en el país durante tantos años.

Conservadores contra liberales

Primero fue con los años que siguieron al 9 de abril de 1948. Se desató una ola de amenazas, desplazamientos y asesinatos cuya influencia en Medellín se sintió durante varios años. El sectarismo conservador, atizado por sus dirigentes y representado  por el color azul, perseguía a los liberales, identificados a su vez por el rojo. También se presentaba el caso contrario, es decir liberales que perseguían a conservadores.
De esta manera, cuando Los Romanceros debían salir de la ciudad para presentarse en un sitio cercano pero de influencia conservadora, sus clientes les advertían que no fueran a llevar corbatas de color rojo y ni siquiera un adorno pequeñito de ese color. En el camino podrían detenerlos y al encontrarles algo rojo en la vestimenta, correrían peligro. Hoy en día no se entiende cómo pudo suceder tal cosa; pero así fue.

En el año 1948, luego de los sucesos del 9 de abril la situación política del país era literalmente aterradora. Ya se dijo que existía una división muy fuerte entre los llamados partidos tradicionales,  y como el gobierno era conservador, entonces la mayor represión caía sobre los liberales. La policía estaba al acecho para detectar y castigar todo posible intento de protesta del pueblo liberal. Es que en ese entonces había pueblo liberal y pueblo conservador, y había mucho fanatismo alentado por los jefes de los partidos. Hoy en día, aunque todavía hay liberales y conservadores,  por fortuna son cada vez menos  los que lo son por sangre o tradición.

Bueno en ese ambiente tan peligroso un día estaba Ulpiano Morales que era integrante de Los Romanceros, tomando aguardiente en un bar de la calle Calibío cercano a la iglesia de la Veracruz, llamado  Andaluz. Él era liberal y a medida que se emborrachaba, empezó a gritar,  y cada vez más intensamente “Viva el partido liberal, viva el partido liberal””. No tardó en llegar una patrulla de policías, e inmediatamente la emprendieron contra Ulpiano deteniéndolo por alborotador. Ya estaban llevándoselo quién sabe para dónde, porque en ese  entonces también había numerosas desapariciones, cuando el músico en medio de  su embriaguez tuvo un destello de inspiración. Se le ocurrió algo que lo libró de aquella detención que fácilmente pudo haber sido mortal. Echándose  la mano a uno de los bolsillos del saco, buscó nerviosamente en medio de sus papeles de identificación una fotografía que  se puede decir, le salvó la vida. Muy convincentemente  se la mostró a los agentes, diciéndoles: “¿ussstedess son bbboboss o queé, no sssaben que él y yyyo sssomos amigoss?; miren, aquiiì estoy en una fiesta que tuvimosss, yo soy músssico del presssidente Osspina. Esss que a mí me gussta charlar asssí”. Estaba mostrando la fotografía en donde aparece el Trío Los Romanceros con el Presidente de la República, el conservador Mariano Ospina Pérez. Además, la foto estaba autografiada como para que no quedara duda de la cercanía del presidente con sus músicos.


En ese mismo año de 1948 también en el Bar  Andaluz, le pusieron un frío revólver en la cabeza a Jorge Valle. Le preguntaron secamente: “¿Liberal o conservador?”. Atinadamente el músico respondió que él era extranjero y nunca se metía en asuntos políticos, ni sabía nada de eso. Así era el ambiente en esos años.