¡Qué peligro !
A
mediados y finales de los años setentas, el centro de la ciudad se iba
volviendo cada vez más peligroso, especialmente en las horas de la noche. En
las afueras del bar Primero de Mayo, situado a pocos metros de El Escorial, era
frecuente ver grupos de travestis esperando clientes para irse con ellos, o a
peatones que por allí pasaban, para asaltarlos. Y se veían también, detectives y policías
dedicados a reprimirlos violentamente.
Algunas veces, los atacaban, les rompían su femenil vestimenta, y los golpeaban; otras veces se los llevaban,
no se sabe para dónde. Cuando llegaba la llamada autoridad, los disfrazados de
mujer, corrían a esconderse. En una ocasión estando Alberto en la puerta de El
Escorial, normalmente allí se encontraba, porque él era el que hacía los tratos
con los clientes, un travesti asustado y
tembloroso lo tomó del brazo suplicándole que si la policía que ya estaba allí
se le acercaba, Alberto dijera que él, es decir el travesti, era su esposa. Que
por favor lo salvara. Alberto lo tomó del brazo como si fuera su novia, hasta
que la policía abandonó el lugar.
En
otra ocasión, un hombre muy envalentonado llegó al bar Primero de Mayo. Puso su
revólver sobre el mostrador con cierta altivez y levantando la voz dijo
agresivamente, que él sabía que por allí había muchos atracadores. Que a ver,
quién era el macho que se iba a meter con él. Casi inmediatamente, desde atrás
le pusieron un revólver en la cabeza, recogieron el arma que él había puesto en
el mostrador y le vaciaron los bolsillos. Salió de allí asombrado y estremecido. Nunca más volvió.
Un
cliente debía a Los Romanceros desde hacía bastante tiempo, unas serenatas que
no había pagado. El muchacho aquel fue esa noche a El Escorial, y Alberto
aprovechó para recordarle la deuda. El joven se puso sumamente agresivo y
empezó a insultar al romancero. Este para calmarlo le respondió dándole un
empujón en el pecho. El hecho es que ese individuo, empezó a perseguir a
Alberto alrededor de los carros que estaban allí parqueados sobre la Avenida La
Playa. Trataron de calmarlo, pero cada vez se ponía más violento. Los otros músicos
y clientes allí presentes, le hicieron pantalla a Alberto para que, sin que el
joven lo notara, entrara al restaurante a esconderse. Allí permaneció él un
largo rato hasta que el muchacho drogado se retiró.
Otra
vez, un detective a quien apodaban Pilatos, empezó a tomarle odio a
Jorge Valle. Ese individuo, no se sabe por qué, no podía ver al romancero.
Decía de él que era un engreído, y que iba a matar a ese ecuatoriano... y
remataba con un vulgar y agresivo epíteto. Jorge Valle, era una persona absolutamente
pacífica. No molestaba ni se metía con nadie. Por las noches, mientras
esperaban la llegada de algún cliente, Jorge se sentaba en una mesa a leer
el periódico, hacer crucigramas, y tomar
tinto. Cuando alguien se acercaba a él, el músico casi siempre respondía con una sonrisa. La situación
se volvía cada vez más tensa, con las
continuas amenazas del detective. Este individuo era dueño de un local en la
zona de prostitución de Lovaina. Un día
en que estaba libre en su oficio de detective, se fue a atender su negocio personalmente. Cuando estaba allí, llegaron
varios sujetos al establecimiento y lo asesinaron de varios disparos. Parece
que desde entonces no ha vuelto a asomarse por El Escorial.
El
Camc es un centro cooperativo de algunos músicos de Medellín. Es un sitio de
reunión en donde se vende comida y licor y los músicos cuadran los asuntos con
sus clientes. Tal vez el primer presidente que tuvo ese centro fue Jorge Valle.
Un día de los años sesentas llegó alicorado al Camc un conocido tenor llamado
Jairo V. a pedir que le fiaran un cierto consumo que iba a hacer allí. El
mesero le consultó a Jorge Valle, y éste respondió que no se podía fiar a
nadie, porque así estaba estipulado en el reglamento. En los días siguientes
Jairo V. fue varias veces al bar Primero de Mayo y a El Escorial, buscando a
Jorge Valle para pegarle. Hay que mencionar que el conocido tenor era mucho más
joven y fornido que el romancero. La última vez que fue a buscarlo, tuvieron
que esconder a Jorge en uno de los baños del Primero de Mayo. Afuera Alberto calmaba, empleando todo tipo
de razones y artimañas, al famoso tenor. Jairito, no golpees al viejo; piensa
que él no quiso ofenderte, no le hagas daño; eso son bobadas. Con esas palabras
el agresor se fue calmando, se retiró y
nunca más trató de molestar a Jorge.
Panzuto
era un famoso futbolista argentino que jugó en Colombia en la década de los
sesentas. En Envigado había un taxista que se parecía mucho al futbolista; era
algo grueso, de cara ancha y tenía una amplia calva. Debido a esa semejanza lo
empezaron a llamar Panzuto. El taxista rápidamente empezó a incrementar su
patrimonio. Ya era un señor que tenía varios guardaespaldas a su servicio y,
como suele suceder en tales casos, poseía vehículos grandes y lujosos.
Seguramente estaba exportando alguna mercancía hacia los Estados
Unidos. Una vez, llamémoslo ahora así,
el señor Panzuto, fue a El Escorial para contratar a Los Romanceros. Iba el
trío hacia Envigado en el mismo carro con el señor. Atrás, a pocos metros los
seguía otro vehículo lleno de hombres armados, algunos de ellos con metralleta.
Primero
le llevaron serenata a una amiga de Panzuto. Luego él los condujo al parque principal
de ese municipio. Allí Los Romanceros, ante la sorprendida y agradecida mirada
de los concurrentes, iban de mesa en mesa tocando sus conocidas canciones. Todo
corría por cuenta del ex-taxista. Trago y buena música por cortesía del
envigadeño que se parecía a un famoso futbolista. Él estaba muy contento.
Varias veces le pidió a Los Romanceros que le interpretaran una canción
titulada “Begin the beguine” (“Empieza
la danza”). Esa pieza estuvo muy de moda en todo el mundo en otra época, y en
los años cincuentas el trío la cantaba
en los clubes de la ciudad. Ahora en los
setentas la cantaban en la plaza de Envigado. Estaba tan emocionado Panzuto
cuando escuchó su canción preferida que a cada rato le metía, todo agradecido,
billetes gruesos a Alberto en el bolsillo del saco mientras éste la cantaba. De
verdad que era un hombre muy cordial.
Varias
semanas después, el señor volvió a El Escorial preguntando por Los Romanceros.
Pero ellos, apenas se dieron cuenta de que él se acercaba se le ocultaron. Así
sucedió otras veces más. No volvieron a trabajarle a Panzuto. Se sentían muy
molestos y expuestos al peligro, trabajando escoltados por hombres armados.
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