Los
últimos años de la década de los cincuentas y prácticamente todos los sesentas,
fueron de relativa paz en la ciudad. Al empezar los años setentas la situación
empieza a cambiar. Ya se oye que hay personas dedicadas a enviar a los Estados
Unidos ciertas sustancias prohibidas, pero muy lucrativas.
Una noche llegó al
restaurante El Escorial un cliente de gafas oscuras, y todo él, muy
elegantemente vestido. Afuera del local estaba Arturito, es decir Arturo Correa
Maya. Éste era el chofer que le prestaba el servicio al trío cuando iban a dar
serenatas, y además los recogía y llevaba a sus casas. Arturito estaba dando
vueltas a su llavero alrededor del dedo índice derecho, cuando el señor se le
aproxima y le pregunta por Los Romanceros. Adentro están, mírelos allá, le
contestó el conductor, haciendo girar su
llavero. Preguntó por Alberto González, y al saludarlo lo felicitó por la voz
tan maravillosa que tenía. Insistió una vez más, con mucha cordialidad, en esa
voz tan especial, tan fuera de lo común. Finalmente salieron con Arturito hacia
el barrio Laureles. Allí vivía el caballero de gafas negras con su amada y
algunos familiares de ésta. Los Romanceros estuvieron unas dos horas cantando
en ese encuentro familiar. Como a las tres de la mañana, el cliente les dijo
que les pagaría todo, incluido el servicio del taxi ese mismo día, pero
temprano, en el hotel Bristol. Tenía que ser a las ocho en punto, porque esa
mañana él tenía que salir de prisa a emprender un viaje muy importante. Nuevamente
regresaron Los Romanceros al Escorial, y Alberto decidió esperar allí hasta que
fuera la hora de reclamar el pago del trabajo que acababan de hacer. Arturito
se quedó acompañándolo porque para él también había dinero.
Cuando amaneció, se dirigieron Alberto y
Arturito al hotel Bristol situado en la zona de la avenida La playa con Junín.
A las ocho en punto arribó el caballero de los anteojos oscuros. Saludó muy
amablemente a Alberto, y le ofreció un whiski. Como estaba tan cansado y quería
llegar pronto a su casa, Alberto no aceptó. Sin embargo el cliente insistió, y
se sentaron a una mesa. Aquí tengo su pago y el del taxista, no hay ningún
problema, le dijo a Alberto. Pero primero quiero hacerte una propuesta. Cómo es
posible que una voz como la tuya se esté desperdiciando aquí en Colombia. Tengo
todo arreglado para que te vayas para los Estados Unidos. Con un excelente
guitarrista que allí conozco formarás un dueto maravilloso; ya le tengo el
nombre, se llamará “Una voz y una guitarra”. No te preocupes por tu familia. A
ellos les conviene, porque tú les podrás traer dólares. Vienes varias veces a
Colombia durante el año y regresas a
Nueva York. Esos viajes serán muy importantes para ti. Alberto le respondía
insistiéndole una y otra vez, que él no podía
dejar por ningún motivo a sus compañeros del trío.
Entonces
el hombre de las gafas oscuras empezó a levantar la voz, y a presionarlo de una
manera más directa. Le dijo que tenía
toda la información sobre él, que sabía dónde vivía con su familia y le dio
otros datos que sorprendieron al cantante. Alberto se fue llenando de miedo.
Arturito que esperaba un poco lejos de donde se estaba produciendo la
conversación, daba vueltas a su llavero alrededor del dedo índice derecho, y
estiraba el cuello para no perderse ningún detalle del “negocio”. Empezó a
notar Arturito, que Alberto estaba blanco y tembloroso. El romancero pensaba
que en cualquier momento, aquel hombre tan insistente, le dispararía con un
arma de fuego. Finalmente, de una manera amistosa, Alberto mientras se
levantaba nerviosamente, dio las gracias por el ofrecimiento que se le
hacía y empezó a retirarse. El hombre le
entregó de malas maneras el dinero que les debía.
En
el trío, esa misma noche todos coincidieron en que los viajecitos a los Estados
Unidos que el cliente de Laureles le ofreció a Alberto, tenían un fin muy
diferente, al de permitirle mostrar su gran voz en el país del norte. Jorge
Valle lo único que dijo, fue “hmmm, hmmm”,
mientras esbozaba una enigmática sonrisa. Durante bastante tiempo Alberto
estuvo muy preocupado, temiendo que le hicieran un atentado en su propia casa o
en El Escorial.
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