Carlos Gardel, más que un excelente y popular cantante de tangos era un ídolo. En todo el continente americano se le admiraba casi que irracionalmente. Todo en él era especial: el tono nostálgico y ligeramente nasal de la voz, su gallarda apariencia, su abierta sonrisa coronada por una blanquísima dentadura, las letras llenas de sentimiento de las canciones que interpretaba, y hasta el mismo misterio que rodeaba su persona, ya que ni siquiera se sabía, dónde ni cuándo había nacido. Por todo eso, Gardel era algo único.
De él decía en Niza, Francia, en 1931, el gran Charles Chaplin: “Su rostro, su presencia, su mirada, su arte, constituyen el centro de atención. “El duende”, “su ángel”, está presente en el rincón donde él sonríe, no importa quienes sean los hombres y las mujeres que lo rodean”.
Para ilustrar con un pequeño ejemplo la grandeza de Gardel, leamos una pequeña crónica escrita sobre la presentación de la película “Cuesta abajo” un cierto día del año 1934 en Buenos Aires, Argentina:
“Me veo obligado a describir un suceso único e irrepetible en la historia del cinematógrafo. Me tiembla la mano al escribirlo. Mientras se exhibía la película "Cuesta Abajo" -1934-, en Buenos Aires, verificamos la prueba que Carlos Gardel más que un cantante o un actor, era un poeta, un pequeño dios. Juzguen, ustedes, si es así, o no. Estamos en un cine cualquiera de la calle Corrientes. Resumiendo la tormenta moral del protagonista, evocando a la capital del Plata, empieza a escucharse en la sala, un quejido de bandoneón, una lágrima en la garganta, que, poco a poco, se transforma en una canción:
"Si arrastré por este mundo/ la vergüenza de haber sido/ y el dolor de ya no ser. / Bajo el ala del sombrero/ cuántas veces embozada/ una lágrima asomada/ yo no pude contener. / Si crucé por los caminos/ como un paria que el destino/ se empeñó en deshacer/ si fui flojo, si fui ciego/ sólo quiero que hoy comprendan/ el valor que representa/ el coraje de querer..."El público guarda un silencio de funeral, también llora.
"Por seguir tras de su huella/ yo bebí incansablemente/ en mi copa de dolor/ pero nadie comprendía/ que si todo yo lo daba/ en cada vuelta dejaba/ pedazos de corazón. / Ahora triste en la pendiente/ solitario y ya vencido/ yo me quiero confesar/ si aquella boca mentía/ el amor que me ofrecía/ por aquellos ojos brujos/ yo habría dado siempre más..."
Un breve silencio. Y tras los sollozos, alientos entrecortados, irrumpe un grito tímido y violento, sufriente e implorante: ¡O LA PASAN OTRA VEZ, O QUEMAMOS EL CINE!”
Colombia no fue la excepción para esa casi veneración, que se le rendía en todas partes a Carlitos Gardel. El 4 de junio de 1935 el gran cantante llegó a Barranquilla. Allí se presentó en el Teatro Apolo. Al día siguiente asistió a La Voz de Barranquilla, de Luis Pellet Buitrago, la primera estación de radio comercial que existió en el país. Desde el balcón de la emisora en el segundo piso de la edificación saludó a la delirante multitud agitando un blanco pañuelo. Allí debajo de ese balcón, a escasos tres metros del ídolo, estaba un niño de trece años, Alberto González de la mano de su padre. Gardel permaneció tres semanas más de gira por el país.
Cuando salía de Medellín, el avión en que iba a viajar se estrelló en la pista con otro allí estacionado. Fue una auténtica tragedia no sólo por el incendió que carbonizó a pasajeros y tripulantes de ambas naves sino más que todo, porque ese fue el fin de Carlos Gardel y el inicio de una eterna leyenda. Es muy difícil describir la reacción de la gente ante tan monstruosa noticia. En Barranquilla se lloraba en las casas y en las calles, tal como si a cada uno, se le hubiera muerto su propia madre. La emisora La Voz de Barranquilla, se inventó un programa llamado Micrófono Abierto, en el que todo el día desfilaba la población expresando su dolor de todas las formas posibles. En la ciudad una jovencita se roció con gasolina y se prendió fuego, porque quería morir carbonizada como le ocurrió a su venerado. Un artista, inventó un porro, nostálgico por su cadencia; él mismo se acompañaba con su guitarra.
Después de tantos años, Alberto ha recordado y rescatado esta canción que nunca fue grabada, ya que sólo se cantó en el programa Micrófono Abierto. La letra contiene los títulos de varias de los principales éxitos del gran cantante. Decía así:
Gardel, cuesta abajo rodó tu bella y profunda vida/ Pobrecita golondrina, se fue para no volver/ En luces de Buenos Aires y melodía de arrabal/ Cantando tu caminito, los corazones hiciste llorar/
El mismo Gabriel García Márquez, en su libro de memorias “Vivir para contarla”, narra lo que significó Gardel para él, cuando tenía sólo siete añitos:
“Sin embargo, mi urgencia de cantar para sentirme vivo me la infundieron los tangos de Carlos Gardel, que contagiaron a medio mundo. Me hacía vestir como él, con sombrero de fieltro y bufanda de seda, y no necesitaba demasiadas súplicas para que soltara un tango a todo pecho. Hasta la mala mañana en que la tía Mama me despertó con la noticia de que Gardel había muerto en el choque de dos aviones en Medellín. Meses antes yo había cantado Cuesta abajo en una velada de beneficencia, acompañado por las hermanas Echeverri, bogotanas puras, que eran maestras de maestros y alma de cuanta velada de beneficencia y conmemoración patriótica se celebraba en Aracataca”.
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