La televisión empezó a transmitir sus imágenes y sonidos, a finales de la década de los años veintes en los Estados Unidos. En Colombia sólo en 1954 se inauguró oficialmente este medio de comunicación. Sin embargo, en Barranquilla alrededor del año 1936, existía ya la televisión. Era algo muy peculiar. Su inventor fue el cantante de ópera español Paco de la Riera. Este señor alquiló para su invento la terraza de una casa de un solo piso, situada en todo el Paseo Bolívar.
Armó Paco en dicha terraza, un escenario que semejaba un enorme aparato televisivo. Las imágenes no eran electrónicas sino reales, de carne y hueso. Es decir, era la mejor televisión del mundo, no superada ni siquiera hoy en día por la más avanzada de las tecnologías. La idea del señor de la Riera era invitar a los artistas aficionados de la ciudad a presentarse en esa enorme televisión de cartones y tablas, mientras que el público abajo los observaba, y los aplaudía o rechiflaba, según el juicio inapelable de ese monstruo de las mil cabezas. Porque el asunto no era sólo de cantar alguna canción, así no más. No, tenían que someterse al veredicto de los televidentes que se detallaban todo lo que ocurría allá arriba en ese gigantesco televisor. Más aún, al rechazado le caía desde lo alto del escenario, una capucha que le tapaba la cara, y le invitaba en medio de la gritería de los televidentes, a retirarse inmediatamente.
Hasta esa televisión callejera se acercó un niño de unos trece o catorce años, Alberto González. Estaba decidido a presentarse ante el público, pero le pidió a Paco que no lo amenazaran con la capucha que pendía como una guillotina encima de su cabeza. El señor de la Riera le dijo que se tranquilizara, que seguramente él iba a cantar muy bien, pero que si no lo hacía, ahí estaba la capucha. El niño González insistía en que no cantaba si tenía la capucha encima lista para caerle. Finalmente Alberto interpretó una de las canciones de José Mojica que desde hacía mucho tiempo conocía, y que cantaba a todas horas. El aplauso del público y las felicitaciones casi paternales de Paco de la Riera, sellaron ese día ya lejano, en que Alberto González se presentó en la televisión con las imágenes más reales del mundo.
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