Por allá en 1940 existía en Barranquilla una emisora de radio llamada La Voz del Comercio de propiedad de Julio Valderrama, un negociante antioqueño; y no se tome esto como un pleonasmo, porque la verdad sea dicha, Don Julio sí que era muy buen negociante. Por algún motivo, él tuvo que clausurar su estación, pero a pesar de todo, siguió empeñado en inundar a Barranquilla con sus ondas hertzianas. Fue así como se trasladó con sus equipos a un sector que en ese entonces quedaba en las afueras de la ciudad. La Ceiba era un caserío, con construcciones de madera, mucha vegetación, culebras, canarios, monte, y habitado por familias de trabajadores.
En La Ceiba vivía el español Manuel Alberto González Jesús con su esposa, tres hijas y su hijo Alberto González. Cuenta Alberto hijo, que en una jaulita acostumbraba guardar un par de canarios. Al levantarse un día, descubrió que en lugar de los dos canarios había dos pequeñas serpientes. Cualquiera pensaría inmediatamente en la evolución acelerada de las especies. Nada de eso. El asunto es que ellas no pudieron salir por donde habían entrado, porque estaban ahora más gorditas, debido al plumífero alimento que se habían tragado. Sin pensarlo dos veces, el niño se dirigió con su jaulita, sostenida en una larga rama, a una lagunilla que había por allí cerca. La sumergió un rato, hasta que los alargados animalitos dejaron de retorcerse. No es una historia propiamente ecológica, ni para ir contándola por ahí a los niños, pero así sucedió; no todo tiene que terminar con una sana moraleja.
Bueno, el asunto es que en una casa del caserío de la Ceiba, instaló el señor Valderrama una emisora ilegal, que hoy llamaríamos pirata. Su casa topaba en la parte de atrás con el solar de la casa de la familia del ciudadano español Manuel Alberto González.
Don Julio llamó a su emisora, El Ranchito. El asunto es que él era muy buen antioqueño, y lograba que su “emisorita” se escuchara en toda Barranquilla. Por lo tanto, podía hacerle publicidad pagada a varios negocios de la ciudad. Se inventó el dueño de la emisora unas presentaciones en vivo que anunciaba de la manera más atrayente y espectacular posible. Vinculó entonces a una serie de artistas, algunos de ellos aficionados. A cada cual lo llamaba con un sobrenombre bien llamativo. Uno de ellos era Carlos Gutiérrez, un cantante que años atrás había hecho parte de un buen trío dirigido por el gran músico Carlos Andrade. Debido al color de la piel de Gutiérrez, Julio Valderrama rítmicamente lo apodó, “El negrito cachumbambé”. Como Alberto vivía en la casa de atrás a la de la emisora, le quedaba muy fácil llegar a la estación saltando una tapia de cañas que separaba las dos casas. Entonces Don Julio anunciaba en estos términos la presentación de Alberto: “ ¡Ahí vieene..., saalta..., llegooó..., El Tarzánn de la Ceiba ¡”. También llegaron a actuar allí Adela, hermana de Alberto, y un saxofonista de apellido Marimón, que se encargaba de los porros. Los cantantes eran acompañados por Alfonso Pérez en un viejo piano que Don Julio llevó hasta ese apartado lugar.
Todos los días la programación empezaba con el porro “La vaca vieja”, interpretado por Marimón y su saxofón, acompañado por el legendario instrumento de teclas. Era tan maravillosa la forma como Don Julio anunciaba a sus artistas, que llegó un momento en que, de distintas partes de la ciudad, llegaba público para presenciar ese original espectáculo de tarzanes y chachumbambés.
Uno de los principales clientes de El Ranchito, era el libanés Nicolás Manzur. Don Julio enviaba a sus artistas con un bono, para que este comerciante les pagara en especie las presentaciones que hacían en la emisora. De esta manera ellos se surtían de ropa y zapatos que obtenían a cambio de sus actuaciones. Así consiguió Alberto un par de zapatos tenis y unos pantalones de dril que le sirvieron mucho en Barranquilla, y que aún en Medellín llegó a ponerse, aunque algo gastaditos. Como todo lo bueno se acaba, y “lo ilegal no paga”, cayeron las autoridades sobre la emisora y ésta salió, ahora sí definitivamente, del aire.
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